Por Amaya
Militante de Liberación
El cielo, una llama sigilosa y un volcán desatado, nos gritan con su aliento de fuego para que rompamos la mordaza. Este grito, que resuena en las profundidades de la tierra, no es un llamado de desesperación, sino un recordatorio de nuestra herencia y de la lucha que llevamos en la sangre. Mis abuelas tantas, piel de tierra y voz de trueno, me confiaron una verdad que trasciende el orden y el tiempo:
—Wallmapu no es simplemente una geografía marcada por fronteras ni un calendario que cuenta los días de nuestra historia, sino un corazón indómito que palpita en cada cuerpo que se alza y resiste, —dijo serena, con la mirada profunda de quien ha visto pasar siglo tras siglo.
Este corazón es un relámpago que desgarra la noche, un destello que atraviesa la oscuridad de la opresión para recordarnos que somos raíz, memoria y combate. Somos savia ancestral que nutre bosques milenarios, el eco de los cánticos que se elevaron en tiempos inmemoriales, y la fuerza que empuja hacia adelante en cada enfrentamiento por la libertad.
—Somos territorio sin dueño, —enfatizó grave, —una libertad que se desgarra en la rebelión, solo para volver a levantarse con mayor ímpetu. Así, la semilla salvaje renace una y otra vez en la sombra eterna del pewen, guardián sagrado testigo de siglos de sangre y resistencia. Renacemos en el abrazo insurrecto de la hermandad, en la unión de corazones, espíritus y puños que se alzan para proteger nuestro ancestral derecho.
Somos fuego que no se apaga, brasa que arde en el pecho de cada weichafe, llama que ilumina el camino del weichán. Somos eco de territorio insurgente, susurro de viento que porta la historia de nuestras batallas y la promesa de que jamás seremos silencio. Somos marea que anuncia… el horizonte tiembla con nuestra rebeldía, un oleaje infinito de cuerpos que se alzan para reclamar el lugar arrebatado. Nuestra lucha no es solamente un acto de resistencia, es la manifestación de la vida misma, afirmación de nuestra existencia frente a aquellos que buscaron borrarnos de la historia.
Mi abuela me tomó de las manos, sus palmas ásperas y cálidas, y su voz se hizo susurro. Dijo:
—La tierra, en su sabiduría infinita, nos ha enseñado que la verdadera riqueza no reside en el oro ni en la plata, sino en la conexión profunda que tenemos con ella y con nuestros antepasados. Nos ha mostrado que la resistencia no es una carga, sino un acto de amor pleno y de lealtad pura hacia todo lo que nos ha sido legado. Por eso, cada paso que damos, cada palabra que pronunciamos y cada acto de rebeldía, es una ofrenda a la memoria de aquellos que cayeron en el combate y una promesa a las generaciones futuras de que el Wallmapu seguirá latiendo vivo e indomable.
