Darecal, militante de Liberación
Lo que quiero es la revolución, que haga desaparecer la pobreza. Saludo la revolución, que es inevitable, y espero que llegue pronto para traer libertad e igualdad a los que sufren. (Louise Michel)
Tienen nombre y apellido. Tenían familia, amigos, amigas y amigues. Tenían proyectos, pensamientos y una misión. Capaz poco clara, capaz no había más que destruir el sistema completo; desde sus raíces quemar todo lo que les despojó de sí mismxs, que les llevó a ser cómplices de la ilegalidad y que les llevó a alejarse de toda esperanza de la ayuda de un tercero y tener que tomar por sus propias manos la superación de esta cárcel que llamamos sociedad. Lo único que les reúne hoy en día, es que sus vidas valieron menos que la del resto.
La vida del insurgente, del combativo, del anarquista, del revolucionario, del verdadero comunista, hoy en día debe de ser el ejemplo de la inexistencia en el sistema, de la desaparición total de toda normatividad, de la exclusión total de todo círculo social hegemónico. Defender nuestra postura resulta cuanto menos difícil, cuanto más, mortal. La idea de la muerte es algo con lo que tenemos que hacernos símil. Pero no la muerte física, inmediata y fría, si no una peor, la reclusión a la búsqueda de afinidades y la incomprensión de todo el resto, la quemadura de saber, en el fondo, que se está en soledad.
Por un lado, la vida entre pares es preciosa, la afinidad aflora vida y vislumbra un pequeño horizonte que podría ser posible. Por el otro, el volver al espacio no afín, implica el brutal recuerdo de no ser hegemónico (como si quisiéramos serlo), pero ese recuerdo es el de que nunca encajaremos, estemos dónde estemos, hablemos dónde hablemos, nuestra opinión no vale lo mismo. Hablar de emancipación, independencia, autonomía y libertad, sin depender de un líder, de un partido reformista, de un movimiento gremialista, es hablar sandeces y recibir miradas ajenas. Nos ha carcomido el modelo (neo)liberal.
La soledad de la persona revolucionaria casi que se ha vuelto definición. Quienes se consideran revolucionarixs se organizan entre sí, se alimentan entre sí, se cuidan entre sí, pero para el exterior, esconderlo es necesario para sobrevivir mientras no tienen la fuerza. Si no son sus compañerxs, ¿alguien las cuidará?, ¿les dará alimento?, ¿les dará la mano cuando estén en el piso? La respuesta es simple, nadie más. Y es que es el propio Estado el que margina a cualquier desafiante y el que declara sus funerales de alto riesgo y detiene a cualquier ayuda humanitaria a los heridos de una acción.
Cuando mueren afines, son sus propios compañerxs quienes pronuncian sus nombres. Son ellxs que brevemente gritan “¡presente!” y se escucha suavemente dos cuadras más lejos. Alonso, Emilia, Denisse, Francisca, Mauricio, Rafael, Eduardo, Francisco, y cualquier anónimo. Muertos o no, es en boca del pequeño sector aliado quien honra su nombre. El oficialismo, los medios, lxs reformistas, lxs partidistas no dicen nada. Se vuelve un tema complejo en el que se condena la violencia de ambos lados y se deja de lado la lucha que supuestamente defienden. Porque nuestra vida vale menos.
Iremos por ellxs. Iremos por lxs burgueses. Iremos por cada quien haya acallado nuestras voces y los nombres de nuestrxs caídxs y encarceladxs. No nos dan siquiera una miseria de simpatía, no tendremos por qué mostrarles piedad.
Todo compañero, toda compañera, tode compañere muertx en lucha, encarceladx y heridx en combate. Presentes.