A 6 Años de la revuelta: recuperar la creatividad, reivindicar la alegría

En octubre del 2019 llega a su punto más alto un proceso de acumulación de disconformidad dentro de nuestro pueblo. Debido a los abusos, el costo de la vida, la inoperancia de todo el espectro político institucional y sin alternativas a la vista (aparentemente), se desata una movilización de masas sin cabeza, dirigencias ni partidos. Cabe mencionar que, hasta el día de hoy, ningún sector logró capitalizar de forma duradera esta explosión.

Quizás la metáfora de la explosión de un recipiente presurizado es de las más acertada, ya que nos remite tanto a la acumulación de la presión que debemos soportar a diario, como a la expansión descontrolada de las movilizaciones. Sin embargo, el elemento más llamativo de la explosión se deja a menudo fuera: la recomposición de la materia y el espectáculo de ver volar por los aires los límites del recipiente que nos constriñe; elementos creativos y alegres entre amenazas y agravios de autoridades.

La ruptura con la rutina y el estilo de vida propio del neoliberalismo, dio paso a nuevas relaciones sociales y comunitarias. Así, entremedio de la lucha frontal contra las policías, se abrieron nuevos caminos. Asambleas, comités, colectividades autónomas, todas expresiones territorializadas y avocadas para con su pueblo. Vecinos conversando y conociéndose mientras se calientan las manos en torno a barricadas y quizás escuchan a algún artista popular que se animó a llevar su música a la vereda, ya que ningún policía estaría ahí para correrlo. Aparecieron rayados, personajes, corpóreos y toda clase de expresión cultural que nos alegró entremedio de un sinfín de abusos.

Sin embargo, esto no duró tanto como quisiéramos, el acuerdo de noviembre, hito central de la cooptación de la revuelta, se adueñó cada vez más de nuestra creatividad y llevó a su molino toda nuestra alegría para después decepcionarnos y dejarnos sin nada. El acuerdo de noviembre no sólo sepultó la posibilidad de arrancarle por la fuerza nuestros derechos a el Estado capitalista y patriarcal, sino que se llevó parte de nuestra creatividad y nos dejó en un ánimo depresivo que apuntala el repliegue del movimiento popular.

La revuelta fue un movimiento acéfalo, una convergencia masiva en la que confluyeron una multitud de problemáticas y exigencias de soluciones. El pegamento que unió a fuerzas tan dispares en las calles y en los espacios donde lo público y lo privado se difuminaban, fue un profundo sentimiento de descontento y una oposición frontal al sistema político institucional. Esta dinámica no es nueva; se pudo observar en las “Jornadas de protesta nacional” de los 80, donde desde insurreccionalistas hasta institucionalistas se unieron contra un enemigo común. Incluso en fenómenos sociales como el antifascismo, en donde se relacionan desde posturas socialistas, comunistas, anarquistas, colectivistas, individualistas, etc. Todxs unidxs por la oposición a un mal que les aqueja a todxs.

En estos momentos de convergencia, distintas posturas se retroalimentan, chocan, se acompañan y se potencian. Es en este crisol donde surge el movimiento tradicional de la creatividad, permitiendo la experimentación y la prueba y error de formas de organización y mecanismos sociales al margen de los marcos hegemónicos. Son espacios donde se forman conexiones que nos hacen ver, sentir y habitar el mundo de otra manera, poniendo en práctica una alteridad que prefigura formas distintas de hacer y vivir la política.

Sin embargo, esta fuerza social autónoma y creativa choca constantemente con la rigidez e inoperancia de los cauces institucionales. Los vehículos electorales –partidos políticos o candidaturas– han demostrado una y otra vez su incapacidad para canalizar de forma duradera las demandas populares. El descontento, al no encontrar una salida genuina, explota cíclicamente. Las fuerzas sociales son un caudal independiente e inagotable que desborda las instituciones y sus mecanismos de representación, no solo porque no entienden nuestras necesidades, sino porque sus estructuras son inherentemente incapaces de alcanzar los horizontes y estilos de vida con los que soñamos y por los que luchamos día a día.

Por esto, las formas de sociedad que se gestan fuera de las instituciones hegemónicas son nuestra tierra fértil. Son el espacio donde podemos traer desde el futuro las nuevas formas de organización social, los sentimientos de comunidad y compañerismo del post-capitalismo. Es una ventana para empezar a vivir nuestra propia forma de vida ahora mismo, sin esperar permiso. La verdadera conexión con el pueblo y la solución a sus problemas no está en los partidos electorales, cuya desconexión los hace chocar con los intereses empresariales y las élites económicas que defienden su acumulación de riqueza, sino en estas comunidades autónomas que construyen el mundo nuevo en los márgenes del viejo.

Han pasado ya 6 años desde la revuelta, en donde nuestras voluntades se unieron para un fin común, algo tan simple como una mejor vida, para vivir con menos miedo, menos apretados a fin de mes, con la búsqueda de algo que llamar comunidad y no estar tan solxs en este mundo que se nos presenta como única alternativa, pero no lo es. Los sentimientos de pertenecer a algo más grande, ser parte de un momento histórico, algo que se nos hereda y que heredaremos a quienes nos sigan, el pase de la antorcha de toda una historia en búsqueda de nuestra liberación. El mundo se sigue sorprendiendo de sí mismo durante la historia, la sorpresa de lo que un cuerpo social es capaz de hacer, aún no hemos visto nada, el mundo sigue girando, no se lo pierdan.

¡La revuelta es el grito de los pueblos!
¡La revuelta somos las putas, las locas y las dignas!

Liberación, 18 de octubre 2025

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