Por Luna, militante de Liberación
Ni descubrir el hilo negro ni plantear altura moral; nuestro feminismo ha de ser una construcción colectiva basada en nuestra historia como mujeres y disidencias desplazades, perseguides y aplastades por el capitalismo y el patriarcado.
Será una construcción inteligente, llena de reflexiones duras que nos harán vernos a nosotres mismes dentro de un sistema doloroso, que arrastra siglos de miseria y trae aún muchos procesos y ciclos que atravesar para alcanzar nuestra liberación.
Tenemos un trabajo difícil, muy profundo, lleno de matices entre lugares nuevos (y no tan nuevos) de ver el mundo. Nuestro deber es volcar todos los conocimientos -los que tenemos en la cabeza y los que cargamos en nuestros cuerpos- para abrir todos esos lugares prohibidos. Nuestro trabajo ha de desarrollarse en pos de la liberación de nuestra clase, con las necesidades de mujeres y disidencias por delante.
Somos un tejido de mujeres y disidencias que hoy levantamos cabeza y vencemos todos nuestros miedos. Más fuertes que nunca, con la certeza de que este es el camino correcto. Acompañades de quienes nos consideren como lo que somos y en una organización que tenga la valentía de enfrentarnos pero también el deseo de fundirse con nosotres.
¡Arriba compañeras, compañeres, compañeros, que el presente es nuestro!
1.- El problema de la libertad individual y el cuerpo femenino en la reproducción de la fuerza de trabajo
Sobre los orígenes del patriarcado
Si bien nuestro feminismo está trazado dentro de la lucha anticapitalista, hay ciertos elementos que deben ser explicitados y problematizados, a modo de poder profundizar nuestro trabajo y permitirnos así el desarrollo de políticas enmarcadas en las necesidades actuales para el despliegue de nuestro proyecto.
El problema de la libertad individual y el cuerpo femenino y disidente es, probablemente, una de las aristas más controversiales del desarrollo del feminismo en término de sus orígenes. Sabemos que el feminismo “da para mucho” en el sentido de que ha sido abordado desde distintas corrientes y que, por tanto, nos lleva a distintos puertos.
En esta línea, situar el tema de la libertad individual es central porque esta reflexión habla de los efectos y objetivos del desarrollo del feminismo. En tal sentido, la perspectiva liberal pareciera tener un origen en una necesidad individual, donde no hay una problematización desde el capitalismo, por lo que solo apunta al patriarcado como si fuera una relación de opresión “autónoma”. Esto lleva a la construcción de un feminismo que no podrá romper con sus cimientos reales (pues claro, no los ve), por tanto, se ve limitado.
La cuestión de la libertad individual evoca, por un lado, el fortalecimiento de la noción de que el individuo “funciona” como una unicidad indivisible en el sentido relacional, es decir, no está necesariamente afectado ni atravesado por lo elementos estructurales que lo rodean. Por otro lado, se asocia una falsa construcción respecto a la libertad, donde al ser sujetx individual “no afectadx” puede y debe hacer lo que le plazca en el marco de sus capacidades; por tanto, las cosas que le ocurren, afligen y oprimen se vuelven problema de ese sujetx como individuo. Ejemplificaré esto rápidamente: “es pobre porque no quiere trabajar, si oportunidades hay”, “si es discriminado por homosexual, pues bueno, él eligió su orientación sexual”, “si quedó embarazada fue su responsabilidad, porque hay formas de evitarlo”, y un eterno etcétera.
Lo central de esto radica en que se produce una invisibilización de todo el sistema de reproducción capitalista y patriarcal en el cual nos desenvolvemos, provocando un sesgado análisis que incluye desde dónde viene el problema y hasta cómo planteamos la transformación. Esta perspectiva liberal sobre nuestros cuerpos nos lleva a gestionarlos de la forma “en que nos dé la gana”, mientras que lo antipatriarcal nos lleva a recuperar lo usurpado, no aborda de manera única la individualidad, pues acude a la forma esencial de la explotación: el cuerpo.
Ahora, en la línea de cómo el cuerpo femenino (y feminizado) ha sido elemento central a lo largo de la historia para el sostenimiento y la reproducción del desarrollo de la fuerza de trabajo (principalmente en términos reproductivos), se observan fenómenos tales como la división sexual del trabajo, la centralidad de los roles de género y la heteronorma para la construcción de una economía y sistema social capitalista y patriarcal.
Si bien este desarrollo se encuentra centrado en la mujer, es un ejercicio que propone el único objetivo de esclarecer movimientos políticos en torno a lo reproductivo, más no se obvian la importancia del sometimiento, opresión y persecución de las fuerzas disidentes. Que, son de manera central, quienes han vivido las consecuencias de estas instalaciones, ya que rompen los márgenes del binarismo y de la heteronorma tan necesaria para el sostenimiento en este sistema.
La utilidad del cuerpo femenino
Como Silvia Federici bien lo explicita, el desarrollo del capitalismo requiere cuerpos que lo sostengan. Y el cuerpo en su concepción más elemental se propone como la maquinaria que desarrollará ese trabajo. Pero no se necesita el cuerpo solo en tanto fuerza, requiere también una especialización de ellos; donde su expresión masculina realiza la parte física destinada a la fuerza, a lo público, mientras la expresión femenina se encarga de la parte reproductiva, lo privado.
El desarrollo del capitalismo requiere nuestros cuerpos en tanto reservorios físicos, pero también como recipientes subjetivos convencidos de la necesidad de lo que hacemos: trabajar y reproducirnos. Esto afirma, que la reproducción de la fuerza de trabajo requiere de los cuerpos de hombres y mujeres (sí, solo hombres y mujeres, nada de disidencias).
De esta forma no solo se divide a la sociedad en clases, si no que la clase misma es dividida. Para ello fue necesario (y aún lo es) el debilitamiento y la destrucción de los poderes de los pobres y de las mujeres y disidencias. Si bien se puede desprender de aquí que el capitalismo requiere “todo tipo de cuerpos”, ubicaremos en un lugar primordial el cuerpo femenino y disidente porque han quedado mayormente aplastados en estas dinámicas de manera histórica.
Por el solo hecho de ser mujeres y disidencias se nos ha perseguido a lo largo de esta implementación de hace al menos 500 años. Al alero de ella se han cometido los crímenes más grandes de persecución, de violencia y de control hasta hoy.
Cabe entonces volver al problema del origen del feminismo que habitamos y construimos. Luego de esta revisión la pregunta ha de girar en torno a si existe realmente la dicotomía, o el debate entre los “tipos de feminismos”, considerando que la perspectiva liberal no necesariamente es anticapitalista, mientras nuestro feminismo no tiene otro origen sino la comprensión profunda de este fenómeno.
Dicho de otra forma: ¿cómo podemos recuperar y liberar nuestros cuerpos explotados y oprimidos si no somos capaces de comprender cuándo, cómo y por qué nos fueron arrebatados?, ¿podemos sin este ejercicio (aunque pueda parecer obvio y recurrente pero siempre entrega nuevas luces), trazar la ruta que nos llevará al triunfo y liberación de nuestras mujeres y disidencias, y con ellas, a la totalidad de nuestra clase?
2.-Acerca de la dominación patriarcal expresada en la sexualidad
La disputa de la sexualidad
La sexualidad es una de las formas en que expresamos nuestras relaciones con el cuerpo. Entendámosla no solo reducida a la relación sexual que existe entre cómo me identifico sexualmente o en torno al acto sexual, sino como una imbricación de elementos. La sexualidad es, de alguno y de todos los modos, la forma en que el sujetx se expresa corporalmente y se relaciona con el otrx.
La esfera de la sexualidad involucra no solo aspectos personales o individuales respecto a formas de entenderla, la relación con mi propio cuerpo o las vivencias del placer. Digamos que es eso, pero también es la construcción política (económica y social) de nuestros cuerpos, en este caso bajo la relación patriarcal. Por tanto, la relación social que surge desde la sexualidad está atravesada por elementos políticos que lo configuran.
Aquí, se vuelven centrales las cuestiones desarrolladas a partir de la heteronorma y la orientación sexual vinculadas al capitalismo y al patriarcado. Donde no solo las mujeres se han visto sometidas por los roles de género que las atrapan y encadenan a la reproducción y la dominación de su sexualidad, sino que las disidencias se vuelven centrales en torno a esta disputa. Resulta el colmo para el patriarcado la existencia de sujetxs que no estén dispuestxs no solo a seguir con los lineamientos de la división sexual “clásica” (binaria), sino además no son dominables en tanto sus prácticas, específicamente en relación a su cuerpo y los cuerpos de los otrxs.
La historia de la sexualidad como historia de la dominación
Larga es la historia de cómo al Iglesia y el Estado se encargaron de convertir el cuerpo femenino y disidente en el sujetx símbolo de la herejía (entre los siglos XIII y XV). Digamos que, en una línea, crearon mecanismos de control social que permitieron construir un marco justificativo a las persecuciones, castigos y uso de violencia de manera legítima y aceptada socialmente contra las mujeres.
Siguiendo el trabajo desarrollado por Silvia Federici -quien ubica en el siglo XV la profundización de este proceso-, afirma que el cercamiento de la tierra en el plano económico instrumental se desarrolló a la par del confinamiento de los cuerpos con la cacería de brujas. Todo esto en pos de la implantación del modelo capitalista y el patriarcado.
Cabe mencionar dos fenómenos relevantes para entender el proceso. Por una parte, la creación de los decretos de la iglesia católica que normaban de manera muy estricta las prácticas sexuales; principalmente dedicados a demarcar el lugar de la mujer en las relaciones públicas y privadas, vinculadas estas siempre al trabajo reproductivo. Y, por otra parte, la creación, consolidación y masificación de burdeles municipales, espacios que permitieron profundizar las formas establecidas de roles de género en torno a la sexualidad en la sociedad y, sobretodo, a la mujer como un objeto de goce masculino.
Es así como el desarrollo del capitalismo y sus formas expresan no so lo aspectos económicos y de orden social, si no que podemos situarlo como el despojo originario del cuerpo. Instalación que, claramente, requirió del desarrollo de dispositivos y una constante sofisticación de las formas de dominación. Cuestiones que solo con el tiempo y la progresión se convirtieron en un corpus social aceptado.
De esta forma, el capitalismo y el patriarcado crearon maquinarias sociales completas y complejas para el control del deseo, haciendo uso y énfasis de una estructura androcéntrica para el desarrollo de la sexualidad de los sujetxs. Esta estructura se puede esquematizar en tres momentos (que se requieren entre sí no de manera secuencial necesariamente, sino que de una forma dinámica); 1.-la negación del placer femenino, 2.-el desarrollo del placer masculino y, 3.-la reproducción biológica. Por tanto, la construcción de las esferas de la opresión sexual está cimentada en el apaciguamiento del placer femenino en función del desarrollo y exacerbación del masculino, y el sostenimiento de la reproducción como el objetivo único y último de la sexualidad femenina.
Es por tanto central, el entendimiento de este origen para destacar la importancia de la recuperación de las formas más claras de dominación: la sexualidad y la reproducción.
Sobre el poder y la violencia sexual
El uso del cuerpo como maquinaria del capital permitió el desarrollo de la sexualidad como un espacio de poder y, por ende, de disputa. Así, la violencia sobre los cuerpos en el campo de la sexualidad se ha situado como el mecanismo explícito (y simbólico) por excelencia.
Desde el siglo XV las mujeres eran violadas a modo de castigo social, no solo por parte de quienes tenían poder económico, sino también por quienes las dominaban dentro de su propia clase. Se instala con este tipo de hitos, una insensibilización social frente a la violencia contra las mujeres; desarrollado de manera contemporánea con la caza de brujas, donde los castigos eran principalmente físicos (desde el apartamiento social, persecuciones, arrebato de bienes, juicios, asesinatos).
Con dicha “procedencia social” de la violación, la violencia sexual en realidad nunca ha estado bajo las dinámicas del deseo o la pulsión biológica –espacio donde muchos se han refugiado, en torno a una “necesidad” sexual-, sino que esconde implicaciones políticas y sociales de dominación y opresión. Cabe preguntarse: ¿el deseo sexual está regido también por este sistema de dominio? ¿Por qué tendría que dentro de la idea de la libertad reprimir mis deseos sexuales si tengo la potestad social y física para llevarlos a cabo?
Lo macabro de la violación radica en que existe un sujetx (me atrevería poner en este momento solo sujeto) que considera tiene el poder y la potestad de ejercer dominio de un cuerpo otrx. Cabe destacar que no solo es un “dominio”, sino que tiene un carácter sexual. Sin ánimo de desarrollar en profundidad la esfera psicológica de estas implicancias; la violación –y la violencia sexual en general- provoca una doble dominación; en tanto cuerpo y en tanto subjetividad.
Es por ello, que este dispositivo se instala como ejercicio clave de la reproducción del patriarcado, porque contiene en él los elementos necesarios para que la estructura desarrollada por las necesidades del capital puedan ser sostenidas. El resultado de la ecuación es: mujeres dominadas en tanto cuerpo, mujeres dominadas en tanto el temor. Siendo este segundo clave para el sostenimiento de la estructura, ya que tiene mecanismos silenciosos de apoderarse de nuestras conductas.
No está demás agregar que este instrumento del patriarcado no solo fun ciona sobre la “víctima”, sino que se expande a nivel social de manera rápida y efectiva. Y es que no solo somos mujeres y disidencias para la reproducción de la fuerza de trabajo, sino que también lo somos en tanto silenciadxs y reproductores de una subjetividad en la línea de la relación de dominación patriarcal.
Existen también otros tipos de violencias vinculadas a la sexualidad. Que, si bien se podrían considerar en un plano más bien simbólico, nada respecto al cuerpo puede ser meramente de ese campo.
Desde los orígenes de la medicina y luego sus desarrollos en anatomía y psicología, la mujer ha sido un objeto de estudio (con los años también se incorporaron las disidencias). Si bien se configura originariamente como el estudio del cuerpo femenino por ser “distinto al hombre”, y por tanto, exigía el estudio detallado, con los años fue consolidándose como un frente más de dominación.
Su profundización estuvo dedicada principalmente a intentar comprender esta corporalidad “otra” que si bien resultaba muy relevante para la procreación nunca tomó un lugar preponderante en un aspecto del conocimiento para su desarrollo, sino siempre estuvo atravesado por otros intereses. Desde el desarrollo de las cesáreas para “salvar al hijo aunque la madre muriera”, pasando por el control de la “histeria” a través de vejaciones sexuales autorizadas por los médicos y realizadas mediante técnicas similares al electroshock, hasta el sostenimiento de un embarazo sin el consentimiento de la gestante con la prohibición del aborto libre, hoy.
Se puede hacer un recorrido muy detallado (y muy interesante por lo demás), respecto a cómo cada una de estas dinámicas aún se expresan y son fácilmente identificables. También podemos asociar dispositivos específicos a distintos objetivos para controlar todas las áreas del desarrollo psicosocial y fisiológico de la mujer y las disidencias (también los niñxs, pero será tema de otro momento).
De esta forma, no solo la usurpación de nuestros cuerpos, sino también el desconocimiento de estos, nos provoca una disociación respecto a nuestra propia existencia. Es así, como el combate para su recuperación debe tener de manera clara y central el eje de la recuperación de saberes y de prácticas que nos permitan apropiarnos de nosotrxs en todas las esferas posibles.
Sobre la recuperación de nuestros cuerpos
Después de este recorrido y volviendo al problema de la libertad, cabe preguntarse: ¿somos libres de desarrollar nuestra sexualidad? ¿Es nuestra sexualidad expresión de nuestras experiencias y elecciones como individuos o está regida y determinada por el sistema económico que nos domina?
Frente a la exacerbación del “yo hago lo que quiero con mi cuerpo” se esconde una forma de “sálvese quien pueda”, porque quizás no todxs tienen los medios para entender de qué forma su propia corporalidad le ha sido arrebatada, pero de que siente en el cuerpo, se siente. No cabe duda que si bien los procesos y fenómenos del capital no siempre resultan explícitos, lxs trabajadorxs sienten en su cuerpo las miserias, así como las mujeres y disidencias sentimos la dominación. Quizás no puedan ser expresadas de manera más concreta, pero la intuición del “sálvese quien pueda” es una latencia frente a la desesperación de saberse explotadx y oprimidx.
Pese a esto -o debido a esto-, es necesaria la superación del argumento centralizador y aglutinante de la libertad individual, sencillamente porque es confuso, juega –una vez más- con los orígenes del problema, su esencia. La tesis liberal tiene como máxima pragmática a individuos aislados que se vinculan instrumentalmente con otrxs para paliar la soledad en la sociedad separada.
El hecho de plantear la recuperación del cuerpo ha de ser necesariamente de un modo colectivo. La necesidad primaria consiste en poder recuperar las corporalidades y construir afectividades que estén en la misma línea. Por tanto, no tiene que ver con olvidar la individualidad, ya que, de manera invariable, lo somos. Pero sí es necesario apostar por el desarrollo de aspectos propios del sujetx, el reconocerse a sí mismx, para a partir de ahí, volcarse al otrx, al colectivo.
Si el capitalismo evita la forma espontánea de la vida a través del robo de nuestra corporalidad, entonces la sexualidad y el deseo serán su campo para despojarnos del estado natural del individuo. No queda más que recoger del pasado y construir formas nuevas de saberes acerca de los cuerpos, rompiendo con la necesidad del capitalismo y del patriarcado de escindirnos de nosotrxs mismxs.
3.-Trabajo reproductivo, crianza y militancia
Resignificación de la crianza
Así como en respuesta a la escisión del cuerpo provocada por el capitalismo surge la necesidad de un nuevo gestionamiento de la sexualidad y los afectos, es fundamental preguntarnos acerca de la resignificación de la maternidad y la crianza.
El factor central en torno al trabajo reproductivo guarda relación con una opresión específica hacia la mujer y en particular hacia la figura de la madre. En el mundo del feminismo existen ideas donde esta figura ha de desaparecer para que deje de ser sostenida y reproducida esta forma particular de opresión. Mas, la resolución a este conflicto no radica en ello, ya que no hay razón de que la madre deba cesar de ser madre, sino que se trata de visibilizar la naturaleza intensa y exhaustiva de un trabajo no reconocido como tal y que se esconde bajo el rótulo de “instinto” y como el “lugar” por excelencia para la mujer en la sociedad.
El uso de esta “necesidad inherente” de todas las mujeres en desarrollarse como madres omite que en su origen se encuentra la división sexual del trabajo. Que es esencial para la reproducción y el sostenimiento del capital, por tanto, en esta línea, urge políticamente avanzar hacia una resignificación de la maternidad y de los cuidados y crianzas.
Reproducción v/s crianza
La crianza ha de ser concebida como el ejercicio de criar (exista o no un vínculo sanguíneo). Por esto surge la necesidad de diferenciar la crianza de la reproducción, donde el concepto de crianza será usado en la perspectiva “consciente” del ejercicio de “tener hijxs”. No concebir la reproducción por la reproducción, sino como una decisión y práctica constituida por la toma de decisiones de manera consciente en torno al desarrollo y cuidado de nuevos sujetxs.
Resultaría un poco estricto señalar que la crianza no es sostenible, sin embargo, es justo matizar que se hace muy difícil de llevar a cabo en términos subjetivos y materiales en la actualidad. Esto debido a que las relaciones capitalistas obligan a los más pobres a salir a ganarse la vida, convirtiendo alternativas como la crianza respetuosa en una forma de ejercer que tiene una obvia limitante de clase. Produciendo así, una forzosa reproducción de las formas de criar que están atravesadas principalmente por elementos como el adultocentrismo y la heteronorma de manera muy esencial; formas que son difíciles de entender bajo la conceptualización de crianza y que están más cercanas a la idea de la reproducción.
Bajo esta concepción se genera una tensión “extraña” en la que la sociedad actual exige ser mejor cuidador –sobretodo madre-, pero a su vez, las relaciones estructurales lo impiden. Eso sin mencionar la presión social que se ejerce por parte de estas fuerzas contrarias: tradiciones y preceptos sociales, y ser mujer-madre feminista.
Por un lado, está el mundo “tradicional” de la crianza; donde se encuentra la mayoría del mundo, las familias, los entornos inmediatos y, a veces, los amigxs y compañerxs. Mientras se convive con los juicios, encasillamientos y exigencias del mundo material y simbólico marcado por el reparto capitalista y patriarcal, el rol de la mujer-madre debe ser una síntesis entre la madre perfecta-dueña de casa-todo bajo control, al mismo tiempo que debe seguir siendo una mujer poderosa en la “vida pública” previa la gestación: estudios, trabajo, militancia.
Por el otro lado, el desarrollo del “feminismo vulgar” ha construido socialmente, en primer lugar, que ser madre implica un retroceso para los avances en materia de la liberación de la mujer (y aquí un tremendo guiño con lo señalado anteriormente sobre las libertades individuales). Y, en segundo lugar, que si pese a esto se decide ser madre y feminista (vaya combinación) se deben cumplir ciertas exigencias de este “mundo social feminista”; vivir una gestación maravillosa sin quejas ni inseguridades con tu cuerpo, tener un parto fuera del sistema violento hospitalario, combatir la heteronorma vistiendo a tu hijx de colores que no sean rosado o azul, y un muy largo etcétera.
Sin estar en “desacuerdo” con estas ideas –es más, espero el día en que las mujeres vivan de esta forma sus procesos si es que así lo desean-, se erigen como constructos basados en un privilegio de clase. Por eso estas nociones reducidas del feminismo están ancladas al desarrollo liberal del mismo, ya que no abordan de manera conjunta los problemas de clase y género (ni hablar de disidencia y razas).
Estas formas de entender la maternidad –distintas, pero no por eso opuestas ni contrarias- están igualmente ancladas en las formas establecidas por el patriarcado y las líneas liberales de la concepción de la mujer-madre como cuerpo para la reproducción. De esta forma nos encontramos con que estos “cambios de paradigmas” sobre la crianza y la maternidad no son más que la reproducción de una esfera privada “falsa” que choca con la realidad material, donde la mujer ha tenido que seguir siendo (y quizás por un buen tiempo más) el chivo expiatorio de la necesidad de la reproducción de la base social del capital.
Lo que cabe abordar entonces, es si es posible proponer y organizar una crianza donde exista la real división de tareas entre quienes cumplan roles de cuidadores y, trabajar en una forma de maternidad donde la figura de la madre pueda existir libre de toda esta carga determinada por la división sexual del trabajo; y la aplicación de las formas complejas y funcionales de opresión articuladas por el Estado y la Iglesia.
La maternidad no solo ha de existir para la reproducción del capital, sino que se sitúa como una opción política que va más allá de la reproducción de la fuerza de trabajo, guardando relación con la reproducción de la vida humana. Este factor, de carácter muy profundo, que excede por lejos los intentos del capital de homologar todos los pasos que da la vida humana, propone la posibilidad de construir una existencia más libre no solo para los sujetxs, sino para los niñxs, quienes no han sido ubicados en un lugar justo en el desarrollo de la historia del capital.
Crianza en la organización y proyecto revolucionario
El problema de la crianza dentro de las organizaciones que se declaran revolucionarias es un tema central, ya que el patriarcado en tanto relación social, encarna prácticas “invisibles” que son difíciles de entrever en el diario vivir. En ese aspecto, debe surgir un comprender en términos totales la implicancia de una maternidad, paternidad y crianza responsables; criar hijes sanos emocional y afectivamente es criar revolucionaries capaces de cambiar el modo de vida con convicción. El dedicar un tiempo a criar a conciencia y con entrega debe ser visto como un tiempo entregado a la organización política.
A pesar de todas las imposiciones y limitantes señaladas, es posible trabajar en una articulación territorial vinculada a la crianza. Esta se justifica bajo las actuales necesidades en términos materiales; donde se entiende que sostener el desarrollo de un niñx en un puro individuo no es solo agotador emocional y físicamente, si no que prácticamente imposible ya sea en su dimensión de sostenimiento de las dinámicas propias de este individuo en la sociedad, y por la dimensión de las necesidades del niñx.
Sin detenerse demasiado en las formas de cuidado previas al capitalismo, vale la pena mencionar que de manera mayoritaria el cuidado era de carácter comunal y compartido. Mucho tiempo atrás por comunidades de mujeres (que además tenían el dominio por sobre los cuerpos de los niñxs) y luego por estructuras familiares ampliadas que -por cosas tan explícitas como el ordenamiento del campo y la ciudad-, vivían en grandes grupos familiares donde existía la repartición de tareas.
En esta línea, si bien sabemos que la forma actual del desarrollo de nuestras dinámicas como sociedad no nos permiten (o no de manera “natural”), ejercer estas formas, sí es nuestro deber considerar todas las nuevas necesidades que existen en torno a la crianza y que por cuestiones de clase, hoy los sectores populares no pueden acceder.
En ese sentido, el factor territorial es capaz de aliviar la carga en la crianza y, a su vez, volverse un ejercicio para la implementación de nuevos y más inclusivos métodos de gestión de orden comunitario/comunal. Del trabajo militante es necesario construir un modelo de vida, que incluya cuestiones a resolver como la salud, la alimentación y la crianza. De este modo, esta última puede volverse una lucha política de carácter vital, desarrollando un futuro proyectado de carácter emancipador en nuestras prácticas presentes.