Territorio usurpado por el Estado chileno,
Liberación, Otoño de 2023
- La comuna, base de un proyecto revolucionario
La primera cuestión que nos invita a pensar teórica y políticamente el concepto de Democracia Comunal[1] es acerca de la comuna[2]. A la comuna, en su condición histórica, la concebimos como un fenómeno organizativo social potencialmente revolucionario. Quiere decir esto que entendemos la comuna, en tanto concepto general, como una forma de organización social capaz, conforme a ciertas condiciones históricas que van más allá de la comuna particular misma, de impulsar e integrar movimientos populares masivos, extensos, autónomos, con capacidad combativa y propósitos políticos comunes de carácter transformador y revolucionario.
La experiencia de las comunas, lo comunal y lo comunitario se encuentra presente prácticamente a lo largo de toda la historia de la humanidad, hasta la actualidad. Dentro de nuestras referencias históricas y políticas, atendemos la larga historia organizativa comunitaria de los modos de vida social en el mundo y, particularmente, en el continente latinoamericano por parte de los Pueblos Originarios, desde muchos siglos antes de la irrupción de las empresas conquistadoras europeas, la cual perdura hasta hoy en múltiples regiones con cientos de pueblos y millones de personas; la fuerza y capacidad de lucha por parte de sectores autonomistas y revolucionarios del Pueblo Mapuche, organizados comunitariamente y desplegando una estrategia de acción directa para la recuperación del Wallmapu; o los proyectos de liberación desarrollados en los territorios del Kurdistán en Asia y por sectores de los pueblos originarios habitantes de territorios ocupados por el Estado mexicano en Chiapas y más allá, conocidos como movimientos zapatistas. Las anteriores son tan sólo algunas referencias políticas e históricas que nos perfilan en el sentido de un proyecto emancipatorio revolucionario.
La potencia de la comuna para superar el régimen social capitalista, patriarcal y colonial, proviene fundamentalmente de su carácter histórico de origen ancestral y su capacidad concreta y práctica de producir relaciones sociales contrapuestas a las de dichos regímenes.
Siguiendo este argumento, el fenómeno organizativo comunal constituye la sustancia de los cimientos civilizatorios que son, a la vez, antecesores y sucesores del proceso de destrucción y desmantelamiento de la maquinaria económica y política capitalista. Lo anterior se explica, por una parte, a partir de las formas de organización social comunitarias desarrolladas históricamente en prácticamente todas las regiones del mundo, las cuales poseen ciertos patrones culturales comunes que conciben la existencia de manera global, en vínculo holístico de la humanidad con las vidas animales y naturales, permitiendo el surgimiento y desarrollo de múltiples identidades territoriales, la realización de actividades productivas, recreativas y artísticas diversas y versátiles, no sometidas a la especialización capitalista derivada de la división del trabajo y la carrera por el valor, la ganancia y la acumulación.
Los anteriores rasgos, que constituyen los fundamentos de un modo social de vida, se oponen frontalmente con aquellos propios del modo de producción capitalista y su organización social consecuente. Para la organización social de tipo comunitaria, parados desde lo que ha sido y sigue siendo su desarrollo histórico milenario, podemos sostener que prima una racionalidad de preservación y equilibrio vital de la existencia en su conjunto, humana, natural y animal[3]. Mientras que, para el dominio del capital, aquella lógica es suprimida por la irracionalidad de la acumulación y el desarrollo -de aspiración infinita y, como tal, insostenible- del capital mismo, en contra de la naturaleza, la tierra, las especies y la masa humana. De esta manera, el argumento de acuerdo al cual se postula la potencia revolucionaria de la comuna no es naturalista ni esencialista, sino que es histórico, asentado en la posibilidad actual de perfilar un mundo provisto de una mirada que ubica en el centro la preservación y el desarrollo libre de todas las vidas, del entorno en el que habitan y la interacción e integración holística y universal de todos los elementos.
Desde luego que, al hablar de la comuna, estamos pensando en la emergencia de nuevos procesos históricos, no en ningún tipo de retrotraimiento tradicional al pasado o de visión romántica e ilusoria acerca del pasado. Dicho claramente, nos hacemos parte de una perspectiva orientada hacia nuevos procesos históricos fundamentados en la simplificación de la vida, la reintegración humana con la vida natural, animal y con la existencia entera, y el restablecimiento de formas de vida y organización social perdurables, en el contexto histórico que el modo de producción capitalista ha generado una crisis socioambiental y climática que sitúa a la humanidad frente a la posibilidad cierta de su extinción dentro de un plazo corto, junto con la extinción parcial o completa de múltiples especies que habitan este planeta. En este contexto, no dudamos en señalar que la revolución y el comunismo vienen a plantear la única alternativa posible de vida ante la disyuntiva concreta entre la sobrevivencia y el final de la existencia -al menos humana- como tal, si es que no se realiza rápidamente un giro radical, revolucionario, consistente en la detención del sistema productivo capitalista y la puesta en práctica de modos globales de vida radicalmente opuestos, basados, como decíamos, en la simplificación de la existencia.
Tales perspectivas históricas se asemejan al fruto nacido de una rama, proveniente de un tronco sustentado en raíces profundas, originadas y desarrolladas antiguamente. En realidad, no es preciso inventar ni la raíz, ni el tronco, ni las ramas, ni siquiera el fruto mismo. Básicamente -esta es parte de la dimensión estratégica del proyecto-, se precisa liquidar al capitalismo que envenena la tierra donde vive la raíz, para permitir y facilitar que broten frutos por doquier.
- Un proyecto de ruptura con la tradición socialista hegemónica
Nos importa enfatizar, a su vez, que esta visión de un proyecto político revolucionario se contrapone plenamente con lo que han sido, de manera concreta, las experiencias de transición socialista o transición al socialismo durante el Siglo XX y, también, de alguna manera, del Siglo XXI. En el sentido de que, en términos fundamentales, tales proyectos se han sustentado sobre el avance capitalista mismo, el desarrollo industrial, es decir, procesos de expansión, tecnificación y tecnologización industrial, la máxima del crecimiento económico bajo una lógica de acumulación, la mercancía y las categorías fundamentales del mercado, la ley del valor, la explotación del trabajo, el trabajo enajenado y, consecuentemente, la alienación de las sociedades y las personas, la destrucción del medio ambiente, la reproducción de las contradicciones de clase, las luchas de clases, las desigualdades sociales y las relaciones de opresión social, la división social del trabajo, la división sexual del trabajo, entre otros efectos históricos derivados del hecho de que el capitalismo ha continuado reproduciéndose a partir de las células mismas del conjunto del órgano social, conservando íntegramente el carácter de la mercancía y, por ende, prolongando el desarrollo capitalista en todas las esferas mencionadas.
Basta con revisar las experiencias más relevantes de socialismo durante el Siglo XX, la URSS y China, más todas las naciones y economías anexadas a su dominio regional, para corroborar la justeza de este planteamiento. Como también, algunas de las experiencias del Siglo XXI, tales como en Venezuela y Bolivia, que no escapan del fenómeno recién descrito. Cuba de seguro ha sido históricamente de los esfuerzos más consecuentes por subvertir esas orientaciones programáticas, sin desmedro de que hoy se encuentra gravemente acorralada y subsumida por el capitalismo y el imperialismo. No es el lugar y se nos hace imposible en este esbozo analizar pormenorizadamente los procesos referidos, de manera tal que dejamos simplemente planteada la hipótesis de base. En el fondo, lo relevante es dejar sentado que los contenidos medulares de un proyecto revolucionario surgen desde la base de un balance de la historia. Puntualmente, de la historia de las revoluciones socialistas o de transición al socialismo, cuestión que no es asumida consciente y críticamente la mayoría de las veces que los sectores revolucionarios referimos a la cuestión del proyecto revolucionario en la actualidad, desde y para las condiciones históricas presentes.
El desarrollo de un proyecto revolucionario en el periodo actual, repetimos, ante la perspectiva cercana del colapso socioambiental y planetario, requiere de la crítica radical y la oposición frente a estas nociones de socialismo o transición socialista, las cuales han demostrado sistemáticamente su fracaso e inviabilidad para fines de una superación concreta del dominio capitalista, patriarcal y colonial. Esto que estamos reflexionando, sensata y humildemente, se intenta plantear como alternativas revolucionarias no únicamente ante la crisis del sistema capitalista y su direccionamiento hacia el barranco de la historia, sino que también frente a la crisis desastrosa de las alternativas revolucionarias del siglo anterior, siempre que significaron una perpetuación -aunque malograda y menos competitiva- del dominio del capital, la sociedad de clases y las opresiones sociales.
III. Sobre las condiciones históricas de un proceso político revolucionario
Finalmente, damos cuenta de algunas condiciones históricas y políticas que es preciso desarrollar y que se encuentren presentes en un proceso histórico determinado, para que la comuna exprese una capacidad actualmente revolucionaria, es decir, un poder revolucionario. De lo contrario, en la ausencia o debilidad de ciertas condiciones históricas y políticas, lo comunitario o lo comunal perfectamente puede ser asimilado y convivir con el régimen de explotación y dominación capitalista o por otros regímenes sociales nuevos no emancipatorios.
- a) La generalización de experiencias concretas semejantes, las cuales se multipliquen en diversos territorios y localidades, comúnmente, de manera acelerada, intensa, incontenible, formando parte de una oleada o flujo de autoorganización popular y confrontación de clases. Lo relevante de este fenómeno tiene que ver con aquel flujo masivo y extensivo que da cuenta de una situación abierta y directa de la lucha de clases. Por ende, se entiende que aquellas organizaciones populares y experiencias territoriales que permanecen aisladas, sin perspectivas de expandirse ni reproducirse y sin poner atención a los procesos históricos más allá de su estrecho perímetro, reducidas a un alcance micro local de relevancia, verdaderamente no representan una fuerza con potenciales transformadores de la realidad social.
- b) La decantación de un proyecto histórico asumido conscientemente por los sectores sociales más pujantes del movimiento revolucionario. Quiere decir que, a lo menos los sectores sociales más pujantes, activos y prestos al combate de un movimiento popular[4], aquello que llamamos fuerza social revolucionaria, deben tener en común una noción genérica del gran propósito programático -una revolución, un proceso comunista- y del sentido estratégico general que se precisa seguir para alcanzarlo -enfrentamiento directo y radical del conjunto de los pueblos contra las fuerzas reaccionarias detentoras de los intereses de la clase burguesa-.
- c) La articulación de aquel proyecto político revolucionario, territorialmente y entre territorios o regiones más bastas. No es posible perfilar perspectivas de avance y maduración de un proyecto político revolucionario desde localidades territoriales que no expresan la capacidad política para aunar fuerzas de movilización, recursos, comunicaciones, iniciativas coordinadas, actividades productivas, redes solidarias, etc. Quiere decir que, en la práctica, nuestro proyecto político se sustenta en la articulación solidaria de clase trabajadora y entre pueblos, materializada en un desarrollo y crecimiento organizativo popular.
- d) El desarrollo de capacidades materiales de enfrentamiento por parte de todos los sectores del conjunto de los pueblos. Se precisa desarrollar un proceso de escalamiento de las capacidades materiales de autodefensa y enfrentamiento con las fuerzas represivas, en todos los lugares de una región o de un conjunto de territorios. Lo estratégico, en este punto, pasa centralmente por los fenómenos de legitimidad y validación popular de las formas de lucha directas y radicales y, consiguientemente, su masificación y generalización.
- e) Se precisa impulsar algo así como un movimiento revolucionario comunal, integrado por innumerables comunas revolucionarias a lo largo y ancho de una gran dimensión territorial. La centralidad estratégica está ubicada en la concepción de un movimiento revolucionario, como hemos dicho, agrupado de acuerdo con determinados propósitos revolucionarios, masivo, extensivo, generalizable, con capacidades combativas y arraigado en el asentamiento territorial y comunal, organizado en comunas, dotado de una impronta comunal o comunera. Desde luego, este tipo de movimiento revolucionario es ya un movimiento comunista, de proyecto comunista, cuya finalidad es concretar un modo de vida comunal, en el presente, de manera expansiva y generalizada.
- f) A su vez, la dimensión estratégica de este movimiento histórico es continental e intercontinental. Va de lo territorial-local, a lo territorial ocupado por el Estado nacional, a los territorios sub-regionales y regionales a nivel continental e intercontinental. En este marco, concebimos este proyecto en el sentido programático de una Revolución Latinoamericana, la cual, necesariamente, debe ser articulada y desarrollada organizativamente en las escalas señaladas.
¡A expandir y fortalecer un Movimiento Revolucionario Comunal!
¡Por el Comunismo y la Libertad!
[1] La referencia al concepto de Democracia Comunal está situada en el marco de nuestra participación en la Red Internacional por la Democracia Comunal, herramienta de articulación política y popular entre diferentes territorios del mundo, entre ellos Euskal Herria, Cataluña, Kurdistán, Colombia, Venezuela, Cuba, Argentina, Chile, Brasil. Es en este contexto organizativo, donde hemos impulsado y formado parte de diversas instancias públicas para discutir y aglutinar políticamente en la región chilena, que se genera este insumo para el debate colectivo.
[2] Se hace necesario empezar despejando que, en el sentido aquí propuesto, comuna no se asocia en lo más absoluto al significado que usualmente se le da en Chile al término, como una circunscripción territorial administrada política e institucionalmente por el Municipio, órgano del aparato de Estado. En su antípoda, en este marco de un proyecto revolucionario, comuna se comprende como un fenómeno organizativo social orientado a la revolución, la ruptura con el sistema capitalista, patriarcal y colonial, la autonomía y la radicalidad estratégica y programática.
[3] Por supuesto, sin idealizar las formaciones sociales concretas ni desconocer la presencia –evidente y numerosa- de comunidades de Pueblos Originarios o de cualquier otro tipo asimiladas por el capitalismo, quienes se benefician -al menos un grupo de personas- de la explotación del trabajo humano y la devastación de los territorios y el medio ambiente.
[4] De forma masiva, popular, no exclusivamente grupos o átomos políticos y orgánicos.