Pietruszka
Militante de Liberación
Septiembre 2023
I
La comuna es un punto de expansión de las relaciones comunistas; la célula principal de la revolución; un fragmento de comunismo hecho presente, aquí y ahora, por un sector del proletariado.
II
Nace allí donde coincide un momento de autoorganización generalizada de la clase —es decir, desde el proletariado para la resolución de sus propias necesidades; aquello que en Latinoamérica se denominó poder popular— con un momento de insurrección, de conflicto abierto con las fuerzas del estado, el patriarcado y el capital.
III
Ambos momentos, el poder popular y la insurrección, mientras permanezcan aislados el uno del otro, no poseen un contenido inherentemente comunista y pueden ser reintroducidos con facilidad a las relaciones capitalistas, ya sea por desgaste, por canalización democrática, o por represión directa.
En Chile podemos ejemplificar esto, a grosso modo, con la experiencia de la UP —poder popular sin insurrección— donde la incapacidad de los cordones industriales y comandos comunales de quebrar con el gobierno de Salvador Allende, a pesar de contar con un amplio control sobre los medios de producción y reproducción, dejó la puerta abierta a la contrarrevolución; y de la revuelta del 2019 —insurrección sin poder popular— donde a pesar del carácter violento y generalizado del levantamiento contra las condiciones de vida capitalistas y del surgimiento espontaneo de asambleas territoriales y ollas comunes, las décadas de desarticulación de los órganos propios del proletariado permitieron la canalización democrática del movimiento.
IV
El rol de la organización comunista —entendida en su sentido amplio como el conjunto de organizaciones revolucionarias, el «partido» en su acepción original— no es representar a la clase ante el Estado, como pretenden lxs progresistas, ni dirigirla hacia la revolución, como pretenden lxs últimxs vanguardistas nostálgicxs, ni tampoco substituirla mediante acciones espectaculares, como pretenden algunxs anarquistas insurreccionales.
Por el contrario, el rol de la organización es vincular los momentos del poder popular y de la insurrección, de la afirmación de la clase en tanto comunidad en lucha y de su autonegación en tanto fuerza de trabajo mercantilizada, capital variable. Es este vínculo
consciente de sí mismo, y no una ideología particular, lo que dota a los órganos del proletariado de su contenido comunista. Es este vínculo el que funda la comuna.
V
La comuna no es una forma política estática ni predeterminada, sino que, debido al carácter autoconsciente de las relaciones que produce, estas son siempre definidas por el fluir contingente de las capacidades y necesidades de la comunidad en lucha y de cada unx de sus participantes. A diferencia de las visiones utópicas que ven en el comunismo la síntesis última de todos los conflictos, la paz perpetua, nosotrxs lo comprendemos como el devenir político de la vida, liberada al fin de la compulsión de las necesidades, el libre florecer de la diferencia, que «podrá, por fin, entregarse gozosamente a las verdaderas divisiones y a los enfrentamientos sin fin de la vida histórica». (1)
VI
Sin embargo, no debemos olvidar que la comuna no es aún el comunismo, sino que su prefiguración (así como la organización comunista es, a su vez, prefiguración de la comuna). Para conservar la fluidez de las relaciones que construye, esta debe evitar quedar confinada a un tiempo y territorio determinados: los fragmentos de comunismo deben expandirse, por fuerza y por resonancia, hasta alcanzar un punto de no retorno, hasta devenir totales. No existen relaciones comunistas estáticas, solo comunismo en proceso.
Nada menos que la revolución global es suficiente para enfrentar al capital que, como su espejo, también debe expandirse constantemente para sobrevivir, depredando desde el último rincón de la tierra hasta el último rincón de nuestra psique en su carrera desenfrenada hacia la extinción.
Notas:
(1) Guy Debord, Prólogo a la cuarta edición italiana de La sociedad del espectáculo (1979)
