Vivimos bajo un Estado policial. No hay novedad en ello. Lo realmente importante es que lo hacemos en el marco de un Estado policial que se erige sobre la venia de la mayoría de nuestro pueblo. Las acciones represivas, sus leyes y naturaleza, son socialmente alentadas al mismo tiempo que la sed de “venganza” se multiplica en la voz de miles de personas que han sido atacadas por la delincuencia -sólo- desde los matinales y la prensa amarillista. Sí, reina el espectáculo y la alienación colectiva.
I
Es un hecho que las fuerzas policiales pasaron de ser el sector del poder del Estado más rechazado por el movimiento de masas que copó las calles durante la Revuelta Popular, a los defensores irrestrictos del pueblo frente a la amenaza “exterior”. Sin dejar de comprender la sensación de miedo, hastío e impotencia que amplios y significativos sectores de la clase trabajadora sienten frente al permanente estado de inseguridad, no podemos sino rechazar la estrategia represiva que inunda nuestras calles de manera impune.
Detrás de gran parte de la delincuencia organizada más avezada están las propias fuerzas represivas, ya sea conduciendo bandas enteras, siendo parte de ellas, o proveyéndolas del arsenal del cual gozan. Nadie, en su pérfida complicidad, apunta lo obvio: las armas son entregadas por contrabando policial y militar a las bandas de narcotraficantes. Unos pocos mueren por esos mismos disparos, otros muchos se enriquecen mediante el negocio de los disparos y el miedo. Peor aún, nadie señala algo del todo evidente: los pacos son barridos por la delincuencia porque ninguno de sus miembros entra a la Escuela de Carabineros para realmente luchar contra la delincuencia. La mayoría de ellos y ellas lo único que hacen es buscar una salida fácil a su situación material precaria, y en perspectiva, poder vivir una vida cómoda y ampliamente ventajosa en comparación al resto de la clase trabajadora. Trabajo sin trabajar y obedecer sin pensar, es perfecto para ellos. Nadie que se formó como policía lo hizo para verdaderamente serlo, únicamente para aparentarlo y por medio de ello gozar de sus ventajas materiales y simbólicas. Y otra cosa, digámoslo así: frente a un contexto -relativo- donde los pacos ya no tienen que enfrentarse únicamente a una mera movilización social con personas apenas armadas de gritos y piedras, o simplemente abocarse a pasar partes para alimentar las arcas propias o de sus superiores, sino que deben enfrentar verdaderamente a personas dispuestas a morir y matar en el acto, el resultado obvio para el paco flojo, mal preparado y cagón, es que resultan aplastados por incapaces y cobardes.
Las nuevas leyes represivas no tendrán como resultado una mayor efectividad de las policías frente a la delincuencia, pues para que ello fructifique, se necesita el coraje necesario para enfrentarse cara a cara con aquellos que les apuntan; y eso nunca sucederá. Si tuvieran la valentía requerida, jamás habrían elegido ser policías; solo lo han hecho porque son los más cobardes dentro de su propia clase social, a la cual traicionan y atacan sin piedad. Las nuevas leyes solo benefician a las fuerzas policiales en situaciones que involucran a personas desarmadas y a grupos movilizados de la población que luchan por sus derechos; solo en estos casos, el cobarde actuará con “valentía”.
Sabemos que el poder burgués, especialmente las capas más reaccionarias de las clases dominantes, disfruta de un escenario donde el control social y político se amplifica sin aparentes límites. La ley de “Gatillo Fácil” es una suerte de segundo triunfo notable en materia represiva, seguida de otra victoria aún más profunda y radical: la extensión permanente del Estado de excepción sobre el Wallmapu. Todo esto se da en un marco histórico donde han logrado imponer, sin mayor resistencia, una robusta agenda en materia política y económica.
Hoy en día, la derecha pinochetista gobierna junto con los recambios noventeros de la vieja Concertación, a través de un gobierno revestido de “izquierda” y “centro-izquierda”, que se hace reverencias de cortesía decimonónica ante los grandes grupos económicos. El programa de ajuste al “modelo” chileno penetra semana a semana, ley tras ley, todas las esferas más sensibles de nuestro contexto, ya sea a través de la acción ofensiva, tal cual lo es la aprobación de las ya mencionadas leyes de fortalecimiento del Estado policial, del TPP-11, proyectos de mega minería como es Los Bronces de Anglo American, entre otros, o por la inacción en materias donde se hace imprescindible la restitución de derechos sociales básicos, como la educación, la salud y la previsión, tal como proclamaban en su propio programa. Probablemente, vale la pena recordar, que este es el programa que menos ha sido respetado por sus hacedores en la historia del Chile post Pinochet.
No vale la pena detenerse siquiera en las “40 horas”. Esto se debe a que la propia derecha se ha encargado de mostrar cómo no es otra cosa que un enmascaramiento descarado de la más eficaz de las ofensivas a favor de la flexibilización laboral, al puro estilo de José Piñera. Además, ha sido el propio pinochetismo quien lo ha sostenido de manera directa, al decir: “ni en el mejor de los escenarios, incluso siendo gobierno, soñamos con una reforma laboral tan acorde con nuestros intereses e ideas, y lo mejor de todo es que fue impulsada y celebrada por el propio Partido Comunista”. Las lágrimas de la ministra Vallejo, en este escenario, simbolizan lo más notorio de este gobierno: su patetismo.
¿En qué mundo pudiera haber sido siquiera respetable un gobierno liderado por Tohá, Elizalde y Marcel, aplaudido por Lagos y la ENADE? Lo único que supera esta comedia en absurdo es ver a Parisi hablando de derechos sociales y a Kast de democracia, mientras Carter posa henchido de valor frente a las cámaras que elogian su impronta de mediocre aprendiz de populista facistoide.
II
En este nuevo Día Internacional de la Clase Trabajadora, nos vemos enfrentados a un contexto increíblemente rico en complejidades: gobierna la derecha sin asumir ninguno de los costos sociales y de largo plazo que inevitablemente se incuban en medio de la crisis del sistema político y el régimen económico, mientras el reformismo de poca monta y la socialdemocracia revivida y gobernante agotan sus recursos argumentales en medio de un tacticismo que mella a diario las confianzas “ciudadanas” que existían hacia ellos. Por supuesto, todo ello en medio de una esperanza rota construida a través de un electoralismo que raudamente agotó su impacto movilizador; sus propias bases sociales se vienen dispersando en vergüenza y culpa frente al oprobio. ¿Dónde están las huestes que nos apuntaron por no participar en las parodias democráticas? ¿Dónde se esconden aquellos que agitaban las banderas del “mal menor” y el “voto táctico” en nuestra cara? Con vergüenza se escabullen bajo la pálida sombra de un gobierno que nunca podría haber sido algo diferente a lo que es en este momento. Pero no nos enorgullecemos de ello, ya que ante sus ojos y los nuestros, el régimen de explotación económica, exclusión social y dominación política se rearma mientras avanza hacia su cristalización más descarada: el proceso constituyente.
Por nuestro lado, en medio de las trincheras ardientes de los pueblos trabajadores, explotados, marginados y excluidos por el poder burgués, resistimos la crisis del sistema político y la miseria propia de una economía que, a escala global, se desangra en su incapacidad de poder siquiera cumplir con la más mínimas de sus promesas históricas: mantener una estabilidad parcial, relativa y mediocre.
En este camino de reorganización compleja de las fuerzas de clase, el movimiento revolucionario, de todos los matices ideológicos, se enfrenta al desafío de fortalecer una política de masas orientada hacia acciones y prácticas estratégicas que ayuden a superar las múltiples crisis del sistema. Todo esto ocurre en un contexto en el que se fortalecen experiencias reales de autonomía, autogestión y organización desde las bases, en línea con la ampliación de la acción directa contra el poder en todas sus formas. Se trata de poner al servicio de lo común la comunidad misma, generalizando las prácticas comunistas que existen actualmente y que han existido incluso antes de la modernidad y sin su más destructivo invento: el capitalismo. Es obvio decir que la emancipación no es un ejercicio de imaginación ni una construcción abstracta que cae del cielo para “liberarnos del mal”; la emancipación es la liberación práctica de las fuerzas creativas y antagónicas a las formas de vida que nos impone el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. El futuro se construye en el presente a partir de ejemplos ancestrales y lecciones que nos entrega la historia y la práctica. Nuestro proyecto no apuesta cobardemente a liberar a las generaciones futuras; se trata del aquí y el ahora, pues sino no habrá un mañana posible sobre el cual soñar.
III
¿Y respecto a las elecciones próximas?
Que la mierda pudra las entrañas de todos aquellos que nos llaman a participar de esta nueva estupidez “democrática”. No estamos para juegos ni payasadas.
Lo decimos de manera clara y sencilla: nuestro proyecto político se ubica fuera y en contra del sistema. Nuestra acción y militancia dirigen su energía hacia todo esfuerzo que logre tejer diariamente organizaciones autónomas que lleven a la práctica nuevas relaciones sociales vivas, incluso nuevas formas de producción y sustento a través de acciones concretas e inmediatas. Es por eso, y para eso, que intentamos unir todas las voluntades colectivas emancipadoras, sin importar el sectarismo, el egoísmo obtuso o el ideologismo estúpido.
Hoy en día, el poder camina al filo de un nuevo hundimiento. Tras la aparente regresión conservadora y represiva, se tapan solo de manera superficial los anhelos y la voluntad que claman por una vida más digna y libre. Esto es común tanto al pueblo mestizo como al pueblo-nación mapuche. Realmente, por encima de la derrota táctica que hemos vivido durante el último ciclo de lucha de clases, las demandas transformadoras que solo encontrarán respuesta en un cambio sustancial en las condiciones materiales de existencia son el camino inevitable que tomarán los pueblos que hoy resistimos la ofensiva burguesa. El gobierno, consciente de que la gestión de la crisis es una quimera momentánea que carcome día a día su propia paciencia, intenta tapar con parches las fisuras que presenta su endeble dique de contención. Es por eso que la franja gubernamental se afianza en su fuerza hacia el poder burgués, la clase dominante, los grandes grupos económicos y los cuadros más rancios de los tiempos de la “pax burguesa”. Sin embargo, hay que reconocerles cierta sensatez, pues no vacilan en posicionarse en las trincheras que les corresponden por origen e ideología, al lado del capital y sus secuaces.
La propuesta revolucionaria es ante todo un proyecto ético-práctico que subvierte en el ahora las relaciones capitalistas, colonialistas y patriarcales. El camino del poder revolucionario y del desarrollo de un movimiento popular autónomo y antagónico al poder burgués no resiste concesión alguna frente a los agentes políticos del poder capitalista. No hay puntos intermedios, menos pacíficos, entre la clase dominante y los pueblos.
¡Contra todos los rostros del poder burgués, a extender la organización popular y combativa por todos los territorios!
¡A fortalecer los caminos de la autonomía, la acción directa y el poder revolucionario!