Compartimos este texto de Luigi Mangione, presunto autor del asesinato del Director Ejecutivo (CEO) de UnitedHealthcare —la aseguradora de salud más grande de EE.UU. que además en Chile es dueña de la Isapre Banmédica y de múltiples clínicas privadas—, no solo por la crítica que plantea al sistema de salud, la cual consideramos en gran medida acertada, sino también por el debate que su acción suscita respecto al accionar individual y al uso de la violencia política. Si bien comprendemos profundamente la rabia y el arrojo que llevaron a Mangione a actuar, no podemos dejar de cuestionar el carácter vanguardista y aislado de su acción.
Consideramos fundamental abrir estas reflexiones al análisis y al debate colectivo. Aunque contamos con intuiciones y discusiones en desarrollo, no pretendemos ofrecer respuestas definitivas, sino proponer preguntas que puedan enriquecer el diálogo:
- ¿Se inscribe la acción individual, como el atentado, dentro de un contexto más amplio de lucha de clases? ¿O queda reducida a lo mediático y espectacular, sin alterar de manera concreta la correlación de fuerzas en la lucha social? Y, en caso de que así sea, ¿cuál sería su aporte concreto?
- En un contexto de reflujo, desmovilización o profunda desafección política, ¿es la acción individual una expresión inevitable del odio de clase que no logra canalizarse en formas de organización colectiva y acción violenta organizada?
- ¿Qué consideraciones éticas debe plantearse el campo revolucionario respecto al uso del asesinato como táctica?
- ¿Qué criterios éticos y políticos debemos emplear para evaluar el valor estratégico de una acción y su impacto en la construcción de una lucha colectiva?
Ante todo, consideramos fundamental exigir la libertad inmediata de Luigi Mangione de las prisiones estadounidenses. ¡Ni culpable, ni inocente, a la calle simplemente!
★ LIBERACIÓN ★
¡Por el Comunismo y la Libertad!
EL SISTEMA DE SALUD Y SUS VÍCTIMAS
Por Luigi Mangione
3 de diciembre de 2024
En esta era de rascacielos imponentes, inteligencia artificial que trabaja silenciosamente en los pasillos hospitalarios y un interminable desfile de autoelogios por los triunfos de la ciencia médica, me siento obligado a romper mi silencio. Nuestra civilización se enorgullece de sus sistemas de salud como si no fueran solo el ápice de los logros científicos, sino también un paradigma de moralidad humana. Sin embargo, aquí estoy, con la pluma en mano, ardiendo de indignación, lleno de una tristeza profunda y obligado, al fin, a dejar de lado todas las pretensiones.
Debo decir la verdad: nuestro sistema de salud moderno, especialmente en este país, es una catedral construida sobre arena—hermosa en su arquitectura, pero podrida en su base, un monumento a la hipocresía y la codicia. No tomes estas palabras como las de un lunático o un fanático solitario. Al contrario, he observado durante mucho tiempo, recopilando meticulosamente evidencia, escuchando los gritos de los afligidos y estudiando cuidadosamente la maquinaria de opresión que se disfraza bajo el nombre de sanación.
Para algunos, puedo parecer una voz aislada, una aberración dentro de una cultura que parece hipnotizada por el brillo del progreso tecnológico. Pero sé que hay innumerables otros que comparten mi desesperación: quienes han mirado, con corazones dolidos, a seres queridos quedar sin tratamiento, pacientes arruinados por terapias básicas, investigadores ahogados por intereses corporativos y comunidades abandonadas por hospitales que consideran su existencia “no rentable”. Mi decisión de articular esta condena mordaz no surge del odio hacia la humanidad, sino de un amor profundo por lo que los humanos podrían ser si tan solo nos atreviéramos a quitar el velo.
LA ILUSIÓN DEL CUIDADO
Hemos sido educados para confiar en el establecimiento médico, para creer que los doctores y enfermeros, con sus estetoscopios y batas blancas, son ejemplos de virtud. Sin embargo, los individuos, por compasivos que sean, luchan en vano dentro de un marco institucional que socava sus intenciones más nobles. El sistema de salud actual no está diseñado para mantener a las personas saludables; está diseñado para mantener un mercado perpetuo de servicios médicos, productos farmacéuticos y pólizas de seguro.
Se nos presentan estadísticas que parecen prometedoras: tasas de supervivencia mejoradas para ciertos cánceres, avances en cirugías robóticas y terapias genéticas. Sin embargo, detrás de estas cifras cuidadosamente seleccionadas por departamentos de relaciones públicas y voceros gubernamentales, se oculta una verdad sombría.
Los indicadores generales de salud—tasas de mortalidad infantil, resultados de salud materna, esperanza de vida en comparación con otras naciones industrializadas—cuentan una historia de fracaso persistente, retroceso y colapso moral. Estas discrepancias no son accidentales. Son síntomas de un sistema que nunca tuvo un verdadero cuidado universal en su núcleo.
Cuando decimos “salud”, evocamos una imagen tranquilizadora de un médico compasivo al lado de un paciente. Sin embargo, si miramos más de cerca, ese entorno está ahora abarrotado de administradores, ajustadores de seguros, abogados corporativos y representantes farmacéuticos. El médico está allí, sí, pero está superado en número, sin maniobrabilidad, y con frecuencia eclipsado por la intrincada red de burocracia orientada al beneficio que define al mundo médico moderno. Cuando un paciente clama por ayuda en su dolor y busca alivio, la respuesta que recibe no es simplemente la de un sanador listo para ayudar, sino la de un analista de costos y beneficios evaluando si aliviar su sufrimiento vale la pena para las hojas de balance.
Nos dicen que los mercados competitivos mejoran la calidad y reducen los costos. Este es el dogma económico de nuestra era, que ha logrado infiltrarse incluso en nuestra percepción de la santidad de la vida humana. Pero si la competencia fuera realmente el motor de la mejora, ¿por qué vemos precios exorbitantes para medicamentos comunes que han existido durante décadas? ¿Por qué los hospitales cierran en áreas rurales, dejando regiones enteras sin acceso al cuidado, simplemente porque la densidad de población es demasiado baja para justificar el interés de los inversores? ¿Por qué las aseguradoras encuentran formas enrevesadas de denegar reclamos, de acumular términos y condiciones confusas, todo para garantizar que sus márgenes de beneficio se mantengan robustos?
UN SISTEMA DISEÑADO PARA FALLAR
Es un error llamar a nuestro sistema de salud “roto”. Hacerlo implicaría que una vez funcionó bien y ahora falla por accidente. Pero este sistema nunca fue diseñado para salvaguardar la salud de la mayoría; fue diseñado con el objetivo de ganancias financieras para unos pocos. Es un laberinto deliberadamente construido de barreras administrativas, prácticas de facturación opacas y complejidades legales. Esto no es una consecuencia no intencionada; este es el plan.
La burocracia devora miles de millones que podrían haber construido hospitales, financiado investigaciones sobre enfermedades desatendidas o entregado tratamientos a regiones remotas. En cambio, esos miles de millones se desvanecen en la maquinaria del beneficio, en capas cada vez mayores de gestión y burocracia. Las aseguradoras se han convertido en guardianes médicos, ejerciendo un poder desmesurado sobre decisiones que legítimamente pertenecen a médicos, cuidadores y los propios pacientes.
Con cada derivación, cada reclamo denegado, cada costo inflado por una píldora que cuesta centavos producir, aprietan el nudo alrededor de la salud pública. El aparato está diseñado para confundir y agotar a los pacientes hasta que simplemente se rindan, aceptando cuidados subestándar o deudas aplastantes. Es un sistema que cuenta con la resignación, con la desesperación silenciosa de los individuos que no tienen los medios para luchar.
He visto cómo esto se desarrolla desde adentro. He visto los interminables formularios, los ciclos sin fin de “preaprobaciones”, las cartas informando a los pacientes que su tratamiento—sin importar cuán necesario, cuán urgente—prescrito por su médico, no está “cubierto”. He sido testigo de pacientes a quienes se les dice que sus procedimientos que salvan vidas deben esperar hasta que un esquivo comité de analistas de costos determine si su existencia tiene suficiente valor monetario.
He visto instituciones de salud, supuestamente filantrópicas, lucrar alegremente con el dolor humano, convirtiendo a los pacientes en corrientes de ingresos en lugar de seres humanos necesitados.
EL COSTO HUMANO DE LA INDIFERENCIA
Cada política abstracta, cada línea de letra pequeña en un contrato de seguro, tiene un rostro humano detrás. Detrás de estos mecanismos impersonales, hay vidas reales desmoronándose. Familias al borde de la ruina financiera porque buscaron ayuda para un hijo enfermo. Ancianos que racionan sus medicamentos—partiendo pastillas a la mitad, saltándose dosis—porque el mercado exige un precio que puede significar la diferencia entre comer y tratar una enfermedad crónica.
Esta crueldad no se limita a una sola clase; se propaga e infiltra en el tejido mismo de nuestras comunidades. Mientras tanto, en la cima de este colosal edificio de inequidad, los ejecutivos de vastos conglomerados de salud ganan salarios y bonos que superan el costo de alas médicas completas. Disfrutan de banquetes mientras, unos pisos más abajo, los pacientes suplican ayuda y los trabajadores sanitarios luchan con la sobrecarga laboral.
La ironía es tan obscena como deliberada. Mientras algunas vidas se prolongan con los mejores tratamientos que el dinero puede comprar, otras son truncadas por condiciones que podrían tratarse fácilmente si no fuera por la crueldad de un racionamiento basado en costos. Invertimos miles de millones en el desarrollo de medicamentos innovadores, pero erigimos muros financieros tan altos que solo una fracción privilegiada de los pacientes puede acceder a ellos.
He perdido amigos—personas trabajadoras y honestas—que se deslizaron entre las grietas del sistema porque no podían permitirse las pruebas, los escáneres, las derivaciones. He visto el sufrimiento reflejado en los rostros de quienes se dan cuenta de que sus opciones se han agotado. Es una forma de tortura silenciosa, una muerte lenta y amarga de la esperanza en un sistema que se suponía debía proporcionar consuelo, no sufrimiento.
UN LLAMADO A LAS ARMAS: REBELARSE CONTRA EL STATUS QUO
Las palabras no son suficientes, aunque debo comenzar aquí. Las acciones, por impactantes que sean, parecen necesarias para despertar a una población adormecida que ha aceptado esta desolación como normalidad. Mi manifiesto es un intento desesperado de sacudir los cimientos de un mundo que se ha dejado gobernar por hojas de cálculo sin corazón y una aritmética moral corporativa. Cuando actúo, lo hago en nombre de la humanidad, no por odio. No es el odio lo que me impulsa, sino lo opuesto: el amor por las personas traicionadas, la compasión por quienes mueren sin ser reconocidos dentro de las sombras de esta máquina impulsada por el mercado.
Nuestra pasividad actual ha sido el terreno fértil donde prospera este sistema vil. No solo debemos reconocer el problema, sino comprometernos con cambios radicales y sistémicos. La solución no está en medidas a medias o reformas superficiales, sino en una reimaginación completa de cómo estructuramos el sistema de salud. Debemos eliminar el motivo de lucro de la medicina. Debemos erradicar las estructuras legales que permiten a las aseguradoras beneficiarse de la miseria. Debemos exigir transparencia, responsabilidad y equidad en cada etapa.
La salud debe ser un bien público, no una empresa especulativa. Mira los modelos alrededor del mundo donde la cobertura universal no es solo un eslogan, sino una realidad. Estudia las naciones que se niegan a dejar que una sola persona quede sin tratamiento debido a la incapacidad de pagar.
Entiende que esta transformación no es un sueño imposible, sino una meta alcanzable, siempre y cuando tengamos el valor de arrebatar el poder a aquellos que, una y otra vez, han demostrado que no merecen nuestra confianza. Debemos exigir que nuestros líderes enfrenten el problema de frente, desmontando los marcos que perpetúan la desigualdad en el sistema de salud. Debemos luchar por políticas que prioricen los resultados para los pacientes por encima de las ganancias corporativas, que coloquen el propósito moral por encima de los dividendos para los accionistas.]
MI LEGADO Y TU RESPONSABILIDAD
Si mis palabras y acciones sirven como catalizador—si provocan un cambio en tu perspectiva, o tal vez un gran movimiento—entonces mi vida no habrá sido vivida en vano. He elegido este momento para decir mi verdad porque sé que muchos otros la sienten también, pero permanecen en silencio, temiendo represalias o simplemente abrumados por la magnitud de la catástrofe. Que mi voz resuene por ellos. Que represente a los silenciosos que no han sido dignificados con un cuidado adecuado. No pido tu lástima, ni busco tu admiración. No quiero que mi nombre quede grabado en piedra como mártir. En cambio, te suplico: examina el sistema que se hace llamar “salud”.
Mira más allá del sensacionalismo que inevitablemente rodeará mis acciones—alimentado por los medios que confían en el valor del impacto. Penetra el velo y observa la enfermedad subyacente. Cuestiona cada suposición sobre por qué una píldora cuesta cientos de dólares, por qué un especialista está fuera del alcance o por qué una aseguradora puede denegar un reclamo con impunidad. Desafía cada premisa que conduce a la mercantilización de la salud. Espero que las generaciones futuras miren atrás en esta era turbulenta y se pregunten cómo toleramos tanta crueldad bajo el disfraz del cuidado.
Espero que se maravillen de cómo permitimos que los seres humanos sufran y mueran mientras la riqueza se acumulaba en la cima, y espero que elogien los esfuerzos de quienes se atrevieron a resistir. Si lo que hago hoy contribuye con un pequeño ladrillo a la base de un nuevo paradigma de salud, uno definido por la equidad, la compasión y el acceso universal, entonces mi papel en esta historia será significativo.
Este manifiesto es mi testamento final, mi sincera súplica a la conciencia de un mundo que se ha vuelto demasiado cómodo con las contradicciones morales. Que el costo de mi sacrificio no sea en vano. Que sirva para encender una discusión transformadora y, más importante aún, acciones reales. El mundo necesita desesperadamente un sistema de salud que honre su nombre: un sistema centrado en la sanación y fundamentado en el amor, no en el dinero. A través de este llamado, te ofrezco una elección: continuar siendo testigo pasivo del sufrimiento de millones, o unirte a la construcción de un legado de decencia, empatía y cuidado genuino.
Con desesperación cruda—y con una pizca de esperanza,
Luigi Mangione
Texto extraído desde: https://cryptpad.fr/pad/#/2/pad/view/z-77RFZ8a6HPXmi3tfKQiDSosTpAbBD91aSDP2GZdb0/embed/