Pablo, militante de Liberación
Avanzando a primaveras, 2024
Mientras las florcitas, los frutos, verdores y múltiples tonos brindados por la tierra, cada uno con sus aromas y sensibilidades, expelen toda su vitalidad, como si no se hubiesen enterado aún de las calamidades de lo humano, la clase trabajadora y los sectores populares estamos atravesando el reflujo, la contrarrevuelta, de uno de los modos más crudos y totales que podríamos haber pronosticado. Tiene sentido, es de forma tan radical –así como directamente proporcional- como la Revuelta de Octubre. Respecto del reflujo, por muy espinudo que lo estemos sintiendo, no es el primero ni será el último. En este contexto, me gustaría proponer unas ideas para reflexionar, de manera consonante con los esfuerzos por sostener y reforzar las organizaciones revolucionarias, comunistas y autonómicas, mirado principalmente desde al ángulo de los modos de ser de nuestras militancias, nuestras formas de relacionarnos, de pensar y de sentir.
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Nuestra autocrítica debe ser totalmente radical. En este sentido, parto enunciando que no hemos podido contribuir de mejor manera en el desarrollo de fuerzas comunitarias, territoriales, autónomas, confrontacionales y revolucionarias –en todo ese abanico-, primero, porque no terminamos de asumir en serio una mirada de largo plazo. Es decir, hemos carecido de paciencia.
Paciencia política, entendida desde una mirada estratégica. Hablamos entonces de la paciencia estratégica, que no solo es la claridad, la nitidez y lucidez estratégica del rumbo revolucionario general a seguir, esbozado en algún tipo de plan mental. Es también la templanza practicada durante el recorrido largo –una definición de templanza refiere la capacidad de mantener la calma y el equilibrio-, donde se permite el tiempo para que los fines estratégicos –hablemos, por ejemplo, del desarrollo de las capacidades de lucha de masas, las destrezas para la inserción de clase, la autoorganización y la movilización radical de sectores populares, o para articular, unir fuerzas y dotar de consistencia organizativa y política a porciones de la movilización popular- maduren y vayan tomando forma material e histórica.
Necesitamos ir levantando cimientos firmes en cuanto a militancia, experiencia política y sabiduría organizativa, desarrollo de recursos técnicos y capacidad logística, así como habilidades en todo el espectro, desde las dinámicas de lucha y movilización popular, el crecimiento y la multiplicación de trabajos organizativos territoriales, a las capacidades colectivas para proponer, en la práctica, rutas o vías útiles para el fortalecimiento de organizaciones incipientes. Y todo eso vale paciencia a prueba de tropiezos, correcciones, volver a plantearnos, aguantar la tormenta del reflujo, así como también de aprovechar, sensatamente, las oleadas de flujo y de mayor dinamismo de las luchas de clases –cuestión que, digámoslo, tampoco hemos sabido concretar de forma suficiente durante las coyunturas de flujo, quizás, en parte importante, a causa de las prisas y la sed de “crecimientos” y “logros orgánicos”-.
Mirada desde esta intencionalidad, es evidente que la paciencia no significa sentarse a mirar cómo pasan las cosas. Sino que es, en realidad, una habilidad compleja y un tipo de inteligencia –que, curiosamente, requiere asimismo de experiencia para su maduración-, es un recurso de tipo estratégico vital para proveer de direccionalidad y viabilidad futura a las fuerzas y los esfuerzos que hoy nos encontramos desplegando.
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Segundo, pienso que hemos carecido de la disciplina militante necesaria para asumir los desafíos revolucionarios, esa partecita de la autoconsciencia y la autorregulación que nos ayuda y posibilita cumplir con los compromisos colectivos adquiridos en el –a veces vertiginoso- escenario de la libertad. Pero una disciplina de larga duración, una disciplina de toda la vida. Una disciplina a prueba de desgastes estructurales o de quiebres –anímicos, emocionales, subjetivos y físicos incluso- irrecuperables. Es decir, una disciplina traducida en consistencia, concepto referido a la estabilidad y la duración.
Lo anterior es lo realmente difícil y complejo, en una época donde la indisciplina, es decir, la falta o la debilidad de compromisos trascendentes parece ser uno de los signos más rotundos de estos tiempos –esta es una de las distancias más significativas en relación a las décadas revolucionarias del Siglo XX, particularmente durante los 60’, 70’ y 80’s-. Entonces, es en este contexto histórico donde debemos generar condiciones tan aptas como sea posible para que las militancias expresen disciplina no tan solo por lapsos o transcursos delimitados, sino que más allá, a través de la calidad de la cohesión humana del colectivo o los grupos; de unas dinámicas arraigadas de buenos tratos, cuidados, fraternidad y solidaridad al interior de las militancias; de un ambiente humano de contundente y profunda confianza en el colectivo; y de una comprensión profunda del proyecto político revolucionario de manera flexible, dinámica y adaptable en el tiempo a las nuevas condiciones históricas.
Dicho sea de paso, este tipo de relaciones ético-grupales presentan tanta fuerza y potencial, justamente porque brindan experiencias presentes, reales y concretas de una relación social antagónica al dominio del patriarcado y el capitalismo, acercando nuestros ideales hacia una posibilidad cierta de vivir solidario, seguro y amoroso.
Al igual como no sirve a nuestros propósitos revolucionarios una militancia perezosa, pasiva y desinteresada en el fondo con lo que estamos haciendo y proyectando –esto no precisa más explicaciones-, tampoco sirve la militancia revolucionaria fanática o dogmática. Esa que siempre tiene las respuestas correctas frente a todo. Donde sus planteamientos no varían un milímetro a lo largo de los años –y décadas-, de modo que se vale meramente de fórmulas pretendidas como fundamentos, pero que en realidad se encuentran cristalizadas como leyes autoafirmativas –o sea, como sistema acabado autoafirmativo-. Que no calibra los tiempos de la lucha de clases, que no posee timing para dosificar la actividad militante de acuerdo a los ritmos históricos. En este tipo de dinámicas militantes, las organizaciones suelen usarse, de alguna forma, como tabla de salvación personal, entonces lo mismo –o al menos, sin diferencias de esencia- un individuo puede reclutarse en la iglesia evangélica, una orgánica revolucionaria o un piño extremista filofascista.
Por cierto, estoy hablando de corrientes desde el marxismo-leninismo más duro o estalinismo, hasta anarquistas, ácratas o “antiautoritarias”, cortadas con la misma tijera –que mucho tiene de patriarcal-, siempre con razón en mano. Cuidado con aquellos que en la deliberación política no dudan.
Ese tipo de militancia presenta, en términos históricos, dos derivas posibles: una es que, carente casi por completo de consistencia política y temporal, entregue muy poquito por muy poco tiempo antes de reventarse; y la otra es que, de la mano de unos liderazgos talentosos y un andamiaje organizativo relativamente sólido y constante, efectivamente esta orgánica adquiera capacidad de reclutamiento popular y desarrollo social, político y organizativo –ahí tenemos la referencia de “Sendero Luminoso” en el Perú-. No está demás subrayar que, en caso que las combinaciones de situaciones históricas permitan a ese tipo de gente asistir al poder, tendremos en frente un régimen altamente autoritario, totalitario y dogmático, lo peor que puede suceder a los proyectos revolucionarios, los movimientos revolucionarios y los pueblos trabajadores.
Entonces, resulta vital que la disciplina, así como fue planteada arriba, se encuentre contenida y sea proyectada por un profundo sentido de equilibrio, de sensatez, de racionalidad y de honestidad revolucionaria. Teniendo muy presentes los peligros de los “dogmas revolucionarios”, a partir, principalmente, de la experiencia ya madura de la URSS, el Che hablaba hacia el final de su vida de lo infinitamente valiosas que son las “grandes cuotas de humildad y humanidad”, sin lo cual no existe revolución real ni proyectada. Encuentro clave dar un sentido de actualidad a estas nociones éticas sobre la militancia revolucionaria.
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Tercero y último, planteo que hemos sufrido una falta de tenacidad. Esto es, la determinación puesta en la actividad revolucionaria, pero no solo un instante, un tramo de tiempo o unas coyunturas puntuales. Tengo la idea de que la militancia revolucionaria, así como la revolución misma, es una materia que se cuece a fuego lento. Y que los momentos de calor, del ataque, de agudización del conflicto y de ofensiva propiamente tal, son comparativamente episódicos en relación con los plazos donde vivimos experiencias de fogueo, noción ligada al asentamiento de costumbres, hábitos y habilidades.
Lo recién señalado no entra en contradicción con la importancia decisiva de sostener –de nuevo-, a través del tiempo, una mentalidad radicalmente ofensiva y vencedora. Ni tampoco –mucho menos- con el hecho de accionar de forma ofensiva con constancia y regularidad. Estas cuestiones las doy por comprendidas y supuestas. El punto aquí es que la virtud de la tenacidad nos posibilita la prolongación de la lucha y de la actividad militante revolucionaria, por qué no, en un nivel relativamente elevado e intenso. Pero, en ausencia de paciencia estratégica y con una disciplina revolucionaria defectuosa, la tenacidad en tanto que descarga energética coyuntural resulta en la práctica un desperdicio, un botadero.
Una definición “formal” de tenacidad dice: “Que se pega, ase o prende a una cosa, y es dificultoso de separar”; y “que opone mucha resistencia a romperse o deformarse”. Me parece adecuado y bello, así, entender la tenacidad como una fuerza humana de sujeción y mantención en relación a propósitos políticos revolucionarios, cuyo impulso se presenta resistente a las sucesivas frustraciones, a la desmoralización acrecentada en una fase de declive de las movilizaciones populares, o simplemente al cansancio que es normal que cualquier persona pueda experimentar. Requerimos como militancias de esta virtud, que no es otra cosa que la intensidad en su forma prolongada, intensidad militante duradera.
Esto que estamos hablando tiene igualmente connotaciones estratégicas. Se trata, ni más ni menos, del arte de la gestión estratégica de la fuerza.
[…] Avanzando a primaveras, 2024 Fuente: https://reyertayrevolucion.org/paciencia-disciplina-y-tenacidad/ […]