Iker C.
Militante de Liberación
Diciembre 2023
Notas Sobre el Plebiscito del 17 de Diciembre y la Crisis Política del Régimen Burgués
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“La sociedad llamada democrática, una vez establecida en el estadio de lo espectacular integrado, parece ser admitida en todas partes como la realización de una perfección frágil. Así pues, no debe ser expuesta a ataques puesto que es frágil; por otra parte no es atacable puesto que es perfecta como jamás lo fue sociedad alguna”
Guy Debord
Una vez más, nos hemos enfrentado a un plebiscito constitucional, y de manera evidente, en contradicción con las expectativas iniciales (2019-2020) de la clase dominante y sus representantes políticos y sociales, este proceso ha concluido con una derrota contundente. Las consecuencias de este resultado son innegables y plantean un desafío serio para la legitimidad del actual régimen político-económico, el cual cada vez convence menos. La realidad más evidente y clara del reciente desenlace es que la crisis de legitimidad, representación y, lo más crucial, de hegemonía no solo persiste, sino que se profundiza.
Observamos cómo el propio modelo económico-político agudiza sus crisis específicas, como lo demuestra la ya extendida crisis del sistema de salud público, a la que se suma la crisis de la salud privada (Isapres), sumándose a las crisis ya existentes del sistema previsional (AFP) y la inconmensurable crisis de vivienda. Ni hablar de la crisis económica que agudiza la pauperización del pueblo trabajador, mientras la concentración de la riqueza sigue aumentando.
Es crucial destacar que la trascendencia de este “histórico” 17 de diciembre (17D) no se encuentra en los resultados efímeros de este domingo. Lo más significativo de este nuevo hito en la crisis sistémica va más allá del simple ejercicio electoral, ya que está más bien arraigado en la totalidad del complejo, contradictorio y dinámico ciclo político actual, así como en las diversas crisis previamente mencionadas. Este marco, a su vez, se inserta en el contexto más amplio del fracaso de la transición, un proceso histórico que consolidó el criollo modelo de capitalismo pero que hace años ya agotó su “magia”.
En este breve ciclo político que se inició en octubre de 2019, las medidas “democráticas” implementadas por el poder han demostrado ser un fracaso absoluto. No solo carecen de efectividad, sino que también han perjudicado irremediablemente los objetivos de recuperación y relegitimación del régimen capitalista. Cada pequeño revés táctico contribuye a profundizar la crisis estratégica que afecta al régimen político, económico y social del capitalismo radical chileno.
Este escenario revitaliza la percepción de la imposibilidad de una salida estratégica, similar a la concebida en los Acuerdos de Noviembre de 2019, los cuales, en retrospectiva, aparecen como una ingenua y decadente ilusión. En efecto, los acuerdos sirvieron para contener la revuelta, no obstante no resolvieron los fundamentos subyacentes que provocaron la explosión salvaje de protesta popular.
I
En ese momento surrealista, las risas resonaron como un coro disonante en el teatro de la existencia, donde los actores, con sus máscaras de desconcierto, intentaban descifrar el guion absurdo que les tocaba representar. El cielo, testigo mudo de una inusual escena, parecía parpadear con estrellas cómplices que destilaban ironía sobre aquel improvisado escenario.
Es fundamental recordar el trasfondo del proceso, que le confiere dirección y un supuesto propósito a los infaustos e inocuos años de debate constitucional: la Revuelta Popular. Este proceso, dicho de manera sencilla, fue la respuesta que el sistema político logró articular en medio de un contexto de amplia y violenta movilización popular. Cabe destacar que esta movilización no perseguía, ni en sus horizontes inmediatos ni estratégicos, una reforma constitucional o un proceso constituyente. Aquella demanda solo se encontraba como meta de la pequeñaburguesía y de los partidos “progresistas” del sistema (en su mayoría expresiones orgánicas de la pequeñaburguesía precisamente). Por el contrario, la revuelta buscaba la destitución de Piñera, la persecución judicial contra él y parte de su gobierno (incluyendo a Chadwick), y un cambio profundo en las condiciones, especialmente materiales, de vida de la clase trabajadora en general.
Este último punto, de hecho, fue el elemento detonante, avivado en las horas siguientes por la ofensiva represiva y la alienación del gobierno y gran parte del sistema político con respecto al proceso en curso. En simple: la revuelta estalló a partir de un hastío generalizado hacia las condiciones económicas y materiales de vida, la ineficacia del conjunto de los agentes políticos del sistema y, en las horas siguientes, la indignación producto de la represión policial y militar con la cual actuó el régimen burgués.
Por cierto, los ataques contra la infraestructura simbólica del capital y el Estado, lejos de estar coordinados, fueron una reacción espontánea por parte de personas enardecidas y enrabiadas a más no poder. Que esos ataques se hayan dirigido más o menos contra los mismos “objetivos” se debió únicamente a que esos objetivos eran los símbolos de lo que estaba sucediendo en ese momento (como el Metro y las Comisarías). Además, que hayan ocurrido al mismo tiempo fue consecuencia de que, en el caso del Metro cerrado, había miles de personas a la vez agolpadas fuera de él esperando poder volver a sus casas. Así de simple fue todo. Las fuerzas de represión se vieron rápidamente rebasadas, ya que lo que comenzó con decenas de focos de protesta se transformó en cuestión de minutos y horas en miles de puntos de manifestación. La magnitud del movimiento resultó imposible de abordar por parte de las fuerzas policiales. Habían más puntos de protestas que unidades policiales disponibles para reprimirles.
Sin duda, la horizontalidad de la comunicación digital, ya sea a través de la prensa alternativa o de personas comunes con un simple teléfono con acceso a internet, facilitó la conexión entre los diversos momentos de lucha de una manera que de otro modo habría sido imposible, desempeñando un papel crucial al proporcionar aliento frente a los innumerables focos de protesta y avivando la indignación ante las desdeñables escenas de violencia, sangre e incluso muerte que se transmitían en vivo por medio de mensajes vía redes sociales.
Las teorías conspirativas en torno al 18 y 19 de octubre, absurdas y desesperadas, tanto aquellas que sugieren acciones coordinadas de sectores “radicalizados” (argumento de la derecha) como también otras que afirmaron que las fuerzas represivas llevaron a cabo acciones de autosabotaje con el objetivo de otorgar mayores condiciones de legitimidad a la violencia estatal (argumentos del progresismo y el reformismo) son completamente infundadas. Ni una ni otra tiene base en la realidad; más bien, fue todo lo contrario. El negacionismo, por supuesto, no es más que la falta de una comprensión profunda de la rabia popular acumulada durante décadas de políticas antipueblo y, por otro lado, una desconfianza también profunda en lo que los pueblos podemos lograr colectivamente cuando la rabia se desata en su justa medida (o un poco más).
Ante la incapacidad de sofocar la revuelta mediante la represión y frente a la amenaza real de que la república burguesa colapsara ante el levantamiento popular, el sistema político adoptó medidas respaldadas por todas las fuerzas del Estado, incluyendo las fuerzas militares y de orden, así como los grandes grupos económicos, e incluso la intelectualidad burguesa y la pequeñaburguesía. Fue así como trazaron la ruta de la reforma constitucional como medio para contener la movilización, prometiendo cambios significativos en el sistema y, supuestamente, una mejora sustancial e inmediata en las condiciones de vida de los pueblos explotados y oprimidos en nuestros territorios. Exceptuando al PC y algunas fracciones del Frente Amplio, el “progresismo” en pleno, ya sea por complicidad abierta, temor o ingenuidad, otorgó la legitimidad que faltaba para respaldar la “salida”, temiendo que la revuelta reclamara también sus cabezas al lado de la de Piñera y tantos más. La otra opción -minoritaria- de la pequeñaburguesía (y por cierto, la apuesta del PC) era que el gobierno cayera y, sobre sus ruinas, armar una Asamblea Constituyente (pluriclasista) conducida principalmente por la izquierda capitalista (exConcertación) junto al reformismo tradicional (PC) y el nuevo reformismo (Frente Amplio), más todas aquellas organizaciones sociales funcionales a sus proyectos. En contraste, vale recordar que los sectores más reaccionarios abogaban por una salida aún más represiva, pero carecían de un respaldo social o político significativo que diera cuerpo al clásico planteamiento gorila.
Apoyados en los acuerdos del 15 de noviembre (15N), el progresismo y el reformismo lograron calmar en parte los ánimos populares durante los meses de diciembre a marzo. No obstante, no fue hasta la irrupción de la pandemia que una extensiva política de control policial y militar surtió un efecto realmente significativo sobre el simiente movimiento popular autónomo. El miedo al contagio, avivado por los medios de comunicación tradicionales y el gobierno (actuando como medios de propaganda), retrotrajo inapelablemente los ánimos ofensivos y articuladores aún presente en cientos de miles de personas y miles de espacios auto-organizados a lo largo y ancho de todo el territorio (todo ello bajo Estado de excepción). Bajo la bandera del resguardo sanitario, los militares se desplegaron en las calles, reforzados por un toque de queda digno de Pinochet. Esta estrategia no hizo más que terminar por reprimir la organización y movilización popular que aún persistía en la lucha. Al margen de ello, claramente, los sectores (minoritarios) que no abogábamos por la institucionalización de la revuelta fuimos incapaces de mantener un esfuerzo organizativo significativo. El Estado policial se impuso sin mayores resistencias institucionales o sociales, mientras el discurso del cuidado frente a la pandemia se tomaba todos los medios de comunicación de masas.
En ese contexto político, ahora marcado por el confinamiento, se impuso el laberinto constitucional desplegado como estrategia de conciliación social, rearme político y, de manera solapada, reconstrucción del mermado régimen patriarcal, colonial y capitalista chileno. Es relevante recordar (reconocer) que esto ocurrió en un momento en que la población tenía la esperanza de que la “salida” política al conflicto pudiera ser realmente favorable para el conjunto de los pueblos y grupos explotados, oprimidos, negados y marginados por la dominación capitalista. Con ese rutilante naipe sobre la mesa de los dueños del poder y la riqueza, ¿qué podría fallar?
II
Los boquiabiertos observadores, lejos de amedrentarse, decidieron -sin querer- abrazar el caos con una mezcla de júbilo y desafío. En un arranque libertino, uno de ellos, levantando la mano empolvada por la feca de una golondrina, proclamó con tono solemne: “¡Que este día sea conocido como el día en que las heces celestiales nos guiaron hacia el destino incierto y glorioso que nos aguarda!”.
Los resultados del referéndum de octubre del 2020 fueron totalmente coherentes con los ánimos transformadores que predominaban en el conjunto de la sociedad. La marcada diferencia del 80% vs 20% demostró de manera categórica que incluso parte de los sectores tradicionalmente reaccionarios estuvieron dispuestos a apostar por una salida “democrática” e institucional que apaciguara los ánimos “violentos” de las franjas más enardecidas y confrontacionales del movimiento popular.
Los resultados en las elecciones de los y las convencionales cerraron este cuadro de clara forma. La fase siguiente se caracterizó por una combinación de estupidez, vanguardismo y soberbia descomunal, pero no tanto por parte de las -electoralmente- venidas en menos fracciones del viejo régimen, sino más bien, sobre todo, desde la mayoría de las “nuevas fuerzas sociales” provenientes orgánicamente desde fuera del sistema político, aunque revestidas de ideas no muy diferentes a las ya acuñadas por el progresismo y el reformismo de siempre (cabe precisar). La más extravagante y circense de estas fracciones fue la efímera “Lista del Pueblo”, un conjunto ecléctico y variopinto de personajes, en su mayoría carentes de una base social sólida, claridad programática ni de respaldo orgánico alguno, que asumieron un liderazgo tan inconsistente como irresponsable. Todo esto, por supuesto, sin pasar por alto el caudillismo, oportunismo y populismo llevados al extremo, hasta el punto en que realmente se transformó en un espectáculo mediático indigno. En primera instancia, este provocó una sensación social de rechazo, indignación, vergüenza ajena e incluso risas, para luego dar paso simplemente a la debacle total.
La conjunción de los elementos antes mencionados, sumados (multiplicados) por la inexistencia de una articulación social sólida, como partidos y movimientos sociales organizados con una amplia base social, desconectaron totalmente el proceso de los votantes efectivos respecto a los convencionales. En realidad, no solo desconectaron, sino que en la práctica lograron socavar incluso el apoyo del 80% que inicialmente respaldó el proceso, y con ello, las esperanzas, cada vez más menguadas, de que los nuevos “representantes del pueblo” fueran los adecuados para iniciar la nueva era de cambios y transformaciones profundas al sistema.
Ciertamente, la posterior y persistente actitud de soberbia pequeñoburguesa ha impedido cualquier reconocimiento autocrítico genuino de sus comportamientos y resultados a lo largo de todo el proceso. Incluso más, muy lejos de una autocrítica profunda, en el momento de la derrota electoral y el fracaso mismo, emergieron dos tesis centrales que, hasta el día de hoy, han dado forma al relato predominante de la pequeñaburguesía y el reformismo gobernante. Estas tesis sostienen que, en primer lugar (Tesis N°1), el poder mediático y la táctica desinformativa de las “fake news” determinaron los resultados electorales finales del proceso. En segundo lugar (Tesis N°2), argumentan que el pueblo fue demasiado estúpido para comprender ideas tan avanzadas como las propias. Curiosamente, le primera de la tesis ha sido sostenida y reiterada múltiples veces por Camila Vallejo, mientras la segunda tesis ha sido afirmada por el propio Gabriel Boric. Por tanto, la “autocrítica” en el primer caso sería la incapacidad de contrarrestar el poder mediático de la prensa burguesa, y en el segundo caso, la incapacidad de hacer accesibles ideas tan “adelantadas” al vulgo y el populacho. La pedantería debería, por lo menos, ser llamativa.
Es cierto que los medios de comunicación de masas, de bajo nivel y escasa credibilidad, están al servicio de los intereses del capital. Sin embargo, esto no es algo nuevo ni determinante en el ejercicio de la política de masas. La propia revuelta superó esos obstáculos, logrando incluso cambiar por la fuerza la orientación editorial de los medios masivos (cancelando incluso panelistas, opinólogos y periodistas anti-revuelta). Recordemos los miles de manifestantes fuera de los canales oficiales demandando transmitir la “verdad” de los hechos, y funando al facherío. Esto también ocurrió durante el plebiscito y las elecciones de los y las convencionales. A pesar de no contar con una fracción mínima de los recursos económicos burgueses y carecer de medios de comunicación masivos propios, lograron resultados electorales enormemente contundentes.
La idea de que la opinión pública se pueda moldear de manera totalmente vertical desde un centro de propaganda ideológica, como se alegaba anteriormente, pertenece a una visión más bien pretérita de la “era de las comunicaciones”, más propia de la Guerra Fría o incluso antes. Ahora vivimos en un mundo marcado por las comunicaciones digitales, horizontales y directas. Todos los usuarios de redes sociales, por ejemplo, son prácticamente comunicadores en potencia. Si los discursos del poder dominante tienen un impacto significativo en la sociedad, es porque lamentablemente logran conectar con emociones o ideas que ya están presentes de manera latente o abierta en parte importantes de las personas. Esto explica tanto el éxito mediático de la revuelta como de las dos primeras elecciones mencionadas, así como también la derrota mediática de la Convención Constitucional y su propuesta política posterior a ello. En este nuevo panorama, la transparencia y la accesibilidad a la información muchas veces desafían las narrativas tradicionales, permitiendo a individuos y movimientos influir en el debato político público de manera más directa y descentralizada.
La amplificación del discurso de los sectores reaccionarios se produjo porque realmente lograron conectar de manera efectiva y eficiente con el rechazo explícito que progresivamente generó la Convención debido a sus propios errores y contradicciones. Si los desvaríos e inconsistencias de estos personajes no hubieran ocurrido en la escala y gravedad que lo hicieron, el discurso mediático de los medios tradicionales no habría tenido un impacto electoral significativo incluso, de hecho, habría sido motivo de rechazo y burla por parte de una parte importante de los votantes. El negativo resultado del primer plebiscito no fue sino la expresión electoral de la precipitada crisis de legitimidad de sus principales liderazgo y colectivos (un suicidio político).
En definitiva, las personas y fuerzas políticas que lideraron la Convención Constitucional no solo dieron origen al nuevo proceso, sino que también, de manera significativa, alimentaron e impulsaron el crecimiento de la ultraderecha en general y, más específicamente, de su expresión orgánica más relevante en ese momento: el Partido Republicano. Así pues, irónicamente el fracaso de la soberbia pequeñoburguesa allanó el camino para la victoria del gremialismo recargado.
III
Mientras tanto, la golondrina, ignorante de su papel en la trama cósmica, continuó su vuelo sin rumbo fijo. Sus alas cortaban el aire indiferente, como si llevara consigo el secreto de la existencia pero se negara a revelarlo aún. El sol se ponía en el horizonte inverso, pintando el cielo con tonalidades de fuego y miseria, mientras el mundo seguía girando en un desfile absurdo de eventos y tumbos inesperados.
Claro que republicanos entró al galope a la segunda mitad de la partida hablando de democracia, unidad y pluralismo, pero para sorpresa de nadie, la remozada expresión orgánica del gremialismo, en el marco de la ya desgastada estrategia democrático-burguesa, se encaminó directamente hacia la derrota al caer en la trampa del entusiasmo electoral en sus primeros pasos. La razón del optimismo fue simple: los fracciones más conservadoras del poder burgués bobamente se obnubilaron al interpretar que el resultado del primer plebiscito, junto con la irrupción de republicanos en el nuevo proceso y el mediocre rendimiento electoral de la izquierda burguesa y reformista, señalaba una reversión ideológica profunda y no un simple voto de castigo hacia la experiencia inmediatamente anterior. Pero antes del proceso liderado por los republicanos y la derecha tradicional, recordemos que primero como espectáculo de entretiempo, el sistema político ideó un mecanismo brillante: la Comisión de Expertos.
Dado el fracaso del primer proceso y la necesidad del sistema de garantizar una resolución efectiva y definitiva al problema constitucional y las demandas sociales, la posibilidad de establecer un acuerdo transversal entre “notables” que incluya a los “extremos” del espectro político (Partido Comunista y Partido Republicano) podría proporcionar un marco político lo suficientemente amplio como para que el siguiente proceso solo tuviera la tarea de ratificar los acuerdos alcanzados. Calculaban que esto le conferiría la legitimidad necesaria para que tanto el proceso como su resultado fueran efectivamente considerados verdaderamente “democráticos” por la ciudadanía. O sea, fue considerado que un pacto inicial entre el bloque político en el poder garantizaría una Constitución lo bastante moderada para evitar cambios drásticos, derivas “populistas” u aspiraciones radicales transformadoras (precisamente el anhelo de la revuelta). Además, comprometería a los partidos del régimen a respaldar el marco de acuerdos en el segundo proceso constituyente. A partir de ello, creyeron que el plebiscito al final del segundo proceso sería un simple formalismo ratificatorio. Con esto, progresivamente el proceso de restauración de la maltrecha legitimidad, que ha debilitado y paralizado el modelo económico-político, podría encaminarse hacia la estabilidad que caracterizo los idílicos años noventa. Romanticismo puro.
La primera fase de la estrategia de concertación orgánica fue exitosa. Los acuerdos logrados por la Comisión de Expertos representaron un consenso que abarcó todo el espectro político. Se alcanzaron acuerdos generales sobre el carácter del capitalismo en Chile y el Estado subsidiario anti-derechos sociales, el poder centralizado, un sistema electoral socialmente excluyente, y un modelo de Estado que no reconoce los derechos de los pueblos originarios u otros grupos sociales marginados, negados o excluidos. Además, se llegó a un consenso sobre un régimen policial y contrainsurgente que ha experimentado un rápido avance en los últimos años, ello de cara a la “crisis de seguridad pública” y al “narco-terrorismo” mapuche.
El siguiente paso era elegir un Consejo Constitucional que operacionalizara la propuesta, el cual se preveía que sería muy similar a la correlación de fuerzas parlamentarias del momento. Con ello, se buscaba finalizar los detalles de los acuerdos resueltos de manera más puntual y luego llevar a cabo un plebiscito de aprobación que debería obtener una aceptación electoral cercana a los dos tercios de los votantes efectivos. Un cierre perfecto, glorioso.
No por amanecer deja de estar nublado. El triunfo electoral de los republicanos resultó extremadamente contraproducente para las aspiraciones de relegitimación de los principales agentes hegemónicos en el bloque político en el poder. A pesar de que el Partido Republicano prometió, en primera instancia y pocas horas después de su inapelable victoria, trabajar por una propuesta que fuera para “todos los chilenos y chilenas”.
Cabe destacar que el Partido Republicano (PR) emergió como un intento de revitalizar el gremialismo. La razón principal que da vida a republicanos, es que el sector liderado por Kast dentro de la UDI concluyó que el antiguo partido de Guzmán estaba “socialdemocratizándose”, abandonando así los pilares esenciales del proyecto gremialista original, que incluían el neoliberalismo radical, el anti-comunismo visceral, la defensa intransigente de la dictadura y su “legado”, el conservadurismo valórico, y una concepción de la democracia autoritaria y socialmente excluyente. Dado que muchos de estos elementos están plasmados en la Constitución Política de la República, la defensa orgánica de esta se convierte en un componente programático esencial del proyecto gremialista (un punto de gran relevancia para el presente).
El supuesto giro por parte de la UDI se explica por su disposición a negociar de manera más amplia con el centro político, abordando reformas tanto en el modelo económico como en el político. Estas reformas incluyen la gratuidad en la educación en lo económico y la abolición del sistema electoral binominal en lo político, entre otros aspectos más. Además, se observa un reconocimiento parcial y condicionado (oportunista) de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar, así como una aceptación del “carácter” de dictadura del régimen de Pinochet (ello en un contexto de caída general del pinochetismo como referencia ideológica legítima). Este proceso da cuenta una dinámica de adaptación táctica y negociación dentro de la derecha política chilena. En última instancia, el surgimiento del Partido Republicano representa la manifestación de una corriente que busca preservar y revitalizar los principios originales del gremialismo a toda costa. Además, esta corriente apuesta por ganar terreno en lo que fue definido por ellos como “lucha cultural”, defendiendo sus ideas tradicionales e históricas contra el avance del “progresismo”.
Como se señaló anteriormente, la Comisión de Expertos logró articular una propuesta consensuada que obtuvo el respaldo de la mayoría del sistema político y de los partidos adherentes al régimen capitalista. Sin embargo, el Partido Republicano tuvo solo un representante, mientras que los partidos de la transición ocuparon aproximadamente el 80% de los escaños designados por el parlamento para dicho propósito. En consecuencia, la unidad de criterios sobre los “bordes” del sistema abarcó desde la UDI hasta el PC, con el Partido Republicano representado de manera limitada con apenas un solo escaño.
En la siguiente elección, esta vez para el Consejo Constitucional, el Partido Republicano y la derecha tradicional resultaron como los grandes vencedores. El PR obtuvo 22 de los 50 escaños disponibles, lo que les permitió redactar a su conveniencia la propuesta constitucional. Sin embargo, al examinar los resultados del plebiscito del domingo, queda claro que el éxito electoral del PR no respondió de manera significativa a un cambio ideológico profundo en el votante chileno promedio. Las razones detrás del cambio electoral fueron más bien superficiales y contingentes. Por un lado, y de manera fundamental, fue un voto en oposición a los protagonistas del proceso anterior. Por otro lado, fue un voto en contra de la gestión específica de este gobierno. En tercer lugar, fue un voto orientado hacia aquellos percibidos como “nuevos” en un espectro político desgastado por décadas de administración corrupta y antipopular del poder. Finalmente, de manera menos relevante e incluso marginal, fue un voto que también se vio influenciado por el clima de tensión generado por la denominada “crisis de seguridad” (sabemos ahora que fue marginal pues en la macro zona norte, el resultado del “En Contra” fue totalmente aplastante).
IV
Las brújulas permanecían desorientadas y las golondrinas eran mensajeras de lo impredecible, la vida se convirtió en un teatro de lo absurdo donde cada acto, por más caótico que pareciera, era celebrado como el camino definitivo. Y así, en la paradoja, la realidad y la fantasía se entrelazaron, creando un tapiz vibrante de experiencias que desafiaban cualquier intento de comprensión racional.
La trayectoria del suicidio de republicanos fue evidente. Aunque pudieran enfrentarse a todos y a todo, en ningún caso lograron subvertir su propia naturaleza sectaria. La soberbia, derivada de un triunfo contundente, les hizo creer que su victoria era resultado de una reorientación ideológica profunda y definitiva de la masa votante (se hizo celebre la infausta teoría del “péndulo”). Interpretaron que, efectivamente, frente al fracaso de la “izquierda extremista”, la “ideología progresista” y sobretodo del “octubrismo”, la “sociedad chilena” finalmente se había percatado de que el camino correcto era justamente el trazado por ellos: conservadurismo moral, liberalismo económico radical y autoritarismo político y social. En esencia, todo lo anterior representaba un claro y glorioso retorno al camino original por parte de la sociedad en su conjunto, aquel que en algún momento se había desviado entre la presión progresistas y el “populismo barato” de su propio sector, situación que incluso había llevado a la propia UDI a perder de vista las virtudes intrínsecas del modelo guzmanista en términos de su capacidad para supuestamente generar crecimiento económico, seguridad social y estabilidad política.
Lo cierto es que ocurre justo lo contrario. La agenda feminista, por ejemplo, logró llevar adelante una ley de aborto en tres causales que, aunque mediocre e insuficiente, representa un avance civilizatorio desde el cual actualmente no es posible retroceder. De hecho, los resultados entre las mujeres en el plebiscito fueron significativamente más amplios y categóricos que el promedio nacional precisamente por ello. Entre las mujeres jóvenes, el voto “En Contra” alcanzó el 70%, y se estima que el voto masculino joven, también considerable, fue precisamente en solidaridad con esta posición específica. En términos generales, la nueva propuesta se percibía como un mamotreto conservador que efectivamente podría revertir derechos de las mujeres en general, por más que el discurso republicano haya intentado instalar una idea diferente a ello.
Lo mismo ocurrió en el eje económico-material, especialmente en relación con la consolidación del modelo de previsión social (AFP) y la salud privada (Isapre). Estos sistemas se encuentran posiblemente en su punto más crítico -dentro de su propia crisis- desde que la crítica social se instaló hegemónicamente hace más de una década. Por lo tanto, una propuesta constitucional que consolidara precisamente esos aspectos estaba destinada a ser ampliamente rechazada, especialmente por los sectores más empobrecidos de la clase trabajadora afectados por el modelo económico y la explotación capitalista. Esto explica que, en las comunas más pobres de la Región Metropolitana (Puente Alto, Lo Espejo, La Granja, La Pintana, etc), el voto “En Contra” estuviera en promedio entre un 12% y 15% por sobre la media nacional. Si la malograda teoría del péndulo ideológico hubiera sido correcta, los resultados habrían sido opuestos a los que efectivamente tuvimos. Al contrario, las demandas de mayor amplitud en derechos sociales y económico-materiales constituyen el eje principal de la contradicción en este período y explican con mayor precisión el resultado final del plebiscito. Reiteramos que son estas demandas las que potenciaron en forma y fondo la Revuelta Popular.
Como mencionamos anteriormente, la agitación y propaganda en torno a una constitución anti-migración y anti-delincuencia no tuvo efectos electorales significativos. Las regiones y comunas del macro norte, que han sido más afectadas por este problema (real), obtuvieron resultados muy similares a la media. Por lo tanto, es evidente que, aunque sea una preocupación central en la opinión pública, no es un eje estructurante del voto ciudadano y, sobre todo, popular. A pesar de todo, el Estado policial extensivo no seduce tanto como muchos pensábamos.
Por otro lado, pero no menos importante aunque no determinante, los propios errores tácticos y comunicacionales por parte de republicanos también desempeñaron un papel relevante, complementario a los aspectos de fondo. La defensa del pinochetismo en medio de los 50 años del golpe militar, el llamado “a los chilenos de verdad” por parte de la presidenta del Consejo, el énfasis en “quien está por nacer” por sobre “qué está por nacer” y otros detalles minaron en cierta medida el desempeño del grupo ultra reaccionario en el Consejo. Sin duda, la guinda de la torta fue el quiebre protagonizado por Rojo Edwards y una fracción minoritaria, rompiendo con su partido original. Indudablemente, esto representó una pérdida de votos, legitimidad y credibilidad para el proceso y para el Partido Republicano en sí mismo, aunque en ninguna medida explica los resultados finales obtenidos.
Finalmente, es importante mencionar que la noción de “perder-ganando” planteada inicialmente por los sectores más reaccionarios del poder político y económico, es decir, la idea de que si se perdía el plebiscito, de todas formas, se mantendría la Constitución Política de la dictadura, carece de sustento. Varias razones explican esto, pero dos son las fundamentales:
a) En primer lugar, como ya se indicó, el proceso de rediseño constitucional tenía varios objetivos. Por un lado, buscaba iniciar un proceso de recuperación de la legitimidad perdida durante décadas debido a la aplicación de un modelo claramente adverso a la clase trabajadora, los pueblos y los grupos sociales no hegemónicos. Esto también implicaría un intento de recuperación en términos de la crisis de representación, una mejora relativa del sistema de partidos y, lo más importante, la hegemonía ideológica capitalista-neoliberal que en algún momento tuvo un impacto significativo en una parte importante de nuestra sociedad de clases. En otro aspecto, también se anticipaba una satisfacción relativa al menos de algunas demandas materiales, políticas y simbólicas planteadas por la revuelta. Sin embargo, nada de eso ocurrió; por el contrario, el régimen agudizó su crisis y el sistema económico-político profundizó su debacle histórica, en medio de una crisis de letalidad y representación que sigue un curso directo hacia su ruina. No solo todo empeora para el régimen, sino que además el sistema agotó sus principales recursos estratégico-democráticos.
b) En segundo lugar, aunque menos importante que lo anterior, la derecha republicana destruyó la posibilidad de convertirse en el agente hegemónico del sistema político, o al menos del bloque de derecha actual (desde Demócratas o Amarillos, pasando por el PDG, RN y UDI). Con ello, se esfumó la posibilidad de desplazar del tablero político a la UDI en su rol de conductor del sector, y así desequilibrar el sistema de partidos desde el centro (el punto nodal en este momento) hacia la derecha o, al menos, la centro derecha. Además, Kast liquidó su capital electoral que lo daba por seguro presidente, dando paso a Matthei, mucho más “moderada” y “dialogante” que republicanos e incluso la mayoría de su propio partido. Además, la brecha se amplió más para los republicanos: Rojo Edwards, sin duda, arrebatará importantes fragmentos al alicaído Partido Republicano.
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Es evidente que la nueva coyuntura política da cuenta de un cambio profundo en la orientación del movimiento popular de masas, moviéndose, por así decirlo, desde un ejercicio de lucha de masas convergente hacia una más bien divergente. Este cambio expresa una transformación significativa en la estrategia y el enfoque político del conjunto de los sectores que han empujado la acción de masas. Durante el apogeo o ciclo ascendente de las movilizaciones, especialmente en el periodo iniciado en 2011, el movimiento de clase experimentó de manera intuitiva niveles importantes de convergencia y unidad orgánica en la acción que cuajaron de manera coyuntural hasta el 2019 cuando explotó en revuelta y unidad propósito. En ese periodo, se lograron afinar y articular demandas colectivas que se dirigían directamente al régimen político-económico en su totalidad, identificándolo -de manera precisa- como el responsable de las condiciones precarias de vida, en el marco de una economía que creció a niveles históricos. De hecho, una de las críticas más contundentes que en Chile se ha desarrollado durante las últimas décadas dice relación con la distribución desigual de la riqueza (híper-concentración económica en una fracción muy pequeña de la población).
Sin embargo, desde el fracaso del proceso de institucionalización, el cual abarca desde marzo de 2020 hasta la actualidad, la tendencia convergente se ha ido invirtiendo de manera acelerada. En lugar de mantener la dirección hacia la unidad orgánica y la conformación de un movimiento popular autónomo, el movimiento popular de masas ha experimentado una considerable fragmentación de las luchas y una atomización social y política en todo su amplitud, similar al ciclo anterior de movilizaciones (90’s y principios de los 2000’s). Efectivamente, esta divergencia se manifiesta claramente en la pérdida de una visión compartida, unitaria y colectiva de las demandas y objetivos dentro del movimiento popular de masas. Esta falta de cohesión ha resultado en la dispersión de esfuerzos y en una disminución de la capacidad de impacto profundo y masivo de la lucha reivindicativa.
En este nuevo escenario, la clase trabajadora y el movimiento popular de masas nos encontramos ante el reto de buscar nuevas formas de unidad y colectividad que nos permitan abordar de manera más efectiva los problemas sistémicos persistentes en el presente, los cuales son precisamente las condiciones subyacentes que explican la Revuelta Popular de 2019. Aunque el desafío pueda parecer complejo, la realidad es que las condiciones que impulsaron la Revuelta Popular continúan presentes de manera evidente (y cada vez peor). La crisis del sistema político ha experimentado una nueva y aguda profundización, y las contradicciones y limitaciones del progresismo como ideología y estrategia se han vuelto cada vez más evidentes. El régimen político y sus agentes ha agotado -prácticamente- todos sus recursos políticos (uno tras otro). Aunque el estancamiento es una posibilidad evidente y peligrosa, en la coyuntura actual, la iniciativa estratégica se encuentra esencialmente en el campo del movimiento popular de masas y en las organizaciones políticas que hacemos parte integral de él.