Ulrike Meinhof
Lucha antiimperialista
La lucha antiimperialista, si no es una frase vacía, tiende a aniquilar el sistema de dominación imperialista, a destruirlo, a hacerlo polvo… política, económica, militarmente; acabar con las instituciones culturales con las que el imperialismo afirma la homogeneidad de sus élites de poder, con los sistemas de información por medio de los que se afirma ideológicamente.
Aniquilación del imperialismo significa, en el marco internacional, aniquilación de las alianzas militares del imperialismo norteamericano aquí, en nuestro país, la OTAN y el Ejército Federal, y en el interior las formas armadas que reviste el aparato estatal, que encarnan el monopolio de violencia que se atribuye la clase dominante, todo su poder en el Estado, como son aquí, por ejemplo, la Policía, el Servicio de Protección de fronteras, Servicios Secretos. Hablando en términos económicos, sería la estructura de poder de los trusts multinacionales, y políticamente las burocracias estatales y no-estatales, el conjunto de organizaciones y aparatos del poder… partidos, sindicatos, medios de comunicación social, que dominan sobre el pueblo.
Internacionalismo proletario
La lucha antiimperialista en nuestros pagos no es ni puede ser una lucha de liberación nacional, ni su perspectiva histórica podría ser: socialismo en un solo país. La organización transnacional del capital, las alianzas militares yankees, extendidas por todo el mundo, la cooperación de Policía y Servicios Secretos, la organización internacional de las élites en el poder, dentro del marco del imperialismo estadounidense… todos éstos son elementos con los que tienen que estar en correspondencia los nuestros, los del proletariado: las luchas de clase revolucionarias, los movimientos de liberación del Tercer Mundo, de la guerrilla urbana de las metrópolis del imperialismo, todo ello dentro de un internacionalismo proletario.
Desde los tiempos de la Comuna de París está perfectamente claro que si un pueblo intenta, en un Estado imperialista, liberarse a sí mismo en un marco nacional atrae inmediatamente hacia sí todas las ansias de venganza, la violencia armada, la enemistad a muerte de las burguesías de todos los otros países imperialistas. Así es cómo la OTAN prepara, en la actualidad, que se han de estacionar en Italia, unas tropas de reserva dispuestas a intervenir en caso de perturbaciones internas.
«Un pueblo que oprime a otros no puede emanciparse a sí mismo», dice Marx. Lo que da relevancia a las guerrillas urbanas –aquí la RAF, en Italia las Brigate Rosse, en Estados Unidos el United Peoples Liberation Army– es el hecho de poder caer por la espalda sobre el imperialismo, aquí, en las metrópolis, desde donde exporta sus tropas, sus sistemas de comunicación, sus instructores, sus armas, su tecnología, su fascismo cultural, para represión y explotación de los pueblos del Tercer Mundo. Dichas guerrillas se mueven en el marco de las luchas de liberación de los pueblos del Tercer Mundo. Ésa es la determinación estratégica de la guerrilla metropolitana: desencadenar en el hinterland del imperialismo la lucha armada de signo antiimperialista, la guerra del pueblo, en el curso de un largo proceso… Pues la revolución mundial no es, con toda seguridad, cosa de un par de días, o semanas, o meses, no se hace con un par de sublevaciones populares, no es un proceso corto, no consiste en hacerse con el aparato estatal… como se lo imaginan los partidos revisionistas, o bien simplemente lo afirman, si es que son incapaces de imaginarse algo.
Acerca del concepto del Estado nacional
En las metrópolis, el concepto de Estado nacional resulta una ficción ya no más encubierta, es idéntico a la realidad de las clases dominantes, con su política y sus estructuras de poder; ni siquiera tiene una correspondencia con las fronteras lingüísticas, desde que hay millones de trabajadores extranjeros en los países ricos de Europa Occidental. Se va formando, más bien, en Europa un internacionalismo del proletariado, motivado por la internacionalización del capital, los nuevos medios de comunicación social, la mutua dependencia en el desarrollo económico, la ampliación de la Comunidad Económica Europea, la crisis común, incluso en lo subjetivo. Y tanto esto es así que los aparatos sindicales llevan ya trabajando años por someter, controlar, institucionalizar y reprimir ese internacionalismo proletario.
A esta ficción de Estado nacional, del que se agarran los grupos revisionistas en sus diversas formas de organización, corresponde un característico fetichismo de la legalidad, un peculiar pacifismo y oportunismo de masas. No es que les echemos en cara a los miembros de estos grupos el que procedan de la pequeña burguesía, en absoluto, sino solamente el que reproduzcan, en su política y estructura organizativa, la ideología de la pequeña burguesía, a la cual siempre ha resultado extraño algo así como el internacionalismo proletario; cosa que no puede ser de otro modo, dada su situación de clase y sus condiciones de reproducción, de forma que siempre ha servido de complemento a las burguesías locales, a la clase dominante.
El argumento de que las masas no están todavía tan avanzadas, de que no están maduras, nos recuerda a nosotros –RAF y a los presos revolucionarios inmersos en el aislamiento, en los pabellones de castigo, en colectividades en que es moneda corriente el lavado de cerebro, en la cárcel, en la ilegalidad– los argumentos de los cerdos colonialistas en África y Asia, argumentos que llevan repitiendo desde hace 70 años: los negros, los analfabetos, los colonizados, los torturados, los oprimidos, los hambrientos, los pueblos que padecían bajo el colonialismo y el imperialismo nunca estaban lo suficiente maduros como para tomar en sus propias manos su administración, industrialización, su educación, su futuro como seres humanos.
Este es siempre el argumento de la gente preocupada por escalar o conservar sus posiciones de poder, con el propósito de dominar sobre el pueblo, no de emancipar o luchar por la liberación.